Una reseña del libro “Interpretando la Escritura con la Gran Tradición: Recuperando el Espíritu de la Exégesis Premoderna”

Craig A. Carter es profesor investigador de teología en la Universidad de Tyndale y es el autor de Rethinking “Christ and Culture” [Un replanteamiento de “Cristo y la cultura”]. Sus áreas de especialización son la teología sistemática (en particular la doctrina de Dios, Cristo y la Escritura), la teología histórica (en especial los siglos IV y V) y la ética cristiana, disciplinas que lo hacen apto para escribir un libro como este.

Interpretando la Escritura con la Gran Tradición “es un ejercicio de ressourcement que pretende recuperar la interpretación teológica de la Escritura para el beneficio de la iglesia actual” (xv); en otras palabras, este libro describe cuál era el pensamiento metafísico de la exégesis precrítica (Platonismo Cristiano) y cómo se veía reflejado en la práctica, a fin de que los lectores modernos puedan seguirlo.

Resumen

Este libro se divide en dos partes principales, además de la introducción y la conclusión. El capítulo 1 sirve como una introducción en la que Carter presenta el argumento del libro y el problema en cuestión: la academia se ha dedicado a proponer un abordaje racionalista (pero no racional) de la Biblia que es ajeno a la tradición de la Iglesia y que afecta seriamente al pastor o al predicador. Después de plantear el problema, el autor explica que este choque se produjo por “la introducción de una metafísica naturalista a la interpretación bajo el disfraz del ‘método histórico'” (13). Ante el problema y su causa, él propone una solución; si el problema es el rechazo del Platonismo Cristiano, la solución es reinsertarlo a través de la reeducación teológica, y por lo tanto “este libro intenta restaurar el equilibrio fino entre la exégesis bíblica, el dogma trinitario y la metafísica teológica que fue trastocado por el movimiento herético, unilateral y de mente cerrada, es decir, la mal llamada ‘Ilustración'” (26), con el fin de recuperar la exégesis bíblica.

Después de la introducción, comienza la primera parte, la cual se titula “Hermenéutica teológica”. Esta parte contiene tres capítulos, los cuales critican la propuesta de la Ilustración y al mismo tiempo argumentan a favor del Platonismo Cristiano. En el capítulo 2 (el primer capítulo de la primera parte), titulado “Hacia una teología de las Escrituras”, Carter presenta una teología básica de la naturaleza de las Escrituras, un paso crucial en la reforma de la hermenéutica. El método para interpretar la Biblia debe ser acorde con la naturaleza del objeto, por lo tanto, aunque podemos “usar técnicas de lectura que se utilizan para interpretar otros tipos de escritos” (32), el carácter sobrenatural de las Escrituras debe moldear nuestra teoría de interpretación (hermenéutica). En otras palabras, “la teología debe moldear la filosofía que moldea a la hermenéutica” (31), la teología debe santificar las “prácticas de lectura” (33). La manera en que afirma la doctrina de las Escrituras (Bibliología) es por medio de presentar la doctrina tradicional de la inspiración (37-44), la providencia y los milagros; y en segundo lugar, presenta un tratado breve de la naturaleza de Dios (45-58), en particular de su trascendencia y cercanía (Dios es personal).

El capítulo 3, el cual se titula “La metafísica teológica de la Gran Tradición” presenta las implicaciones metafísicas del Dios de la Gran Tradición reveladas en la Biblia. “La meta no es despojarnos a nosotros mismos de todas las presuposiciones metafísicas”, algo que es imposible, “sino más bien dejar que nuestras presuposiciones metafísicas sean reformadas por las Escrituras” (62). Por medio de un análisis del peregrinaje de Agustín del Maniqueísmo al Cristianismo, y después a su pensamiento más maduro (67-75), Carter demuestra que los cristianos primitivos estaban de acuerdo con el Platonismo. Luego él explica cuál fue la razón por la que “Agustín [y los Padres en general] sintió una afinidad con el Platonismo que no sintió con el ateísmo, el atomismo, el materialismo, el escepticismo y otras antiguas formas de pensamiento” (82), y la razón sencilla es que los principios básicos del Platonismo (Ur-Platonismo) estaban de acuerdo con el Cristianismo.

El capítulo 4 representa un esfuerzo por reemplazar la exégesis moderna “con una nueva y mejor versión que interpreta los hechos históricos [de la historia de la interpretación] de manera más precisa” (93). Carter contrasta dos escuelas: la exégesis precrítica y la exégesis crítica. De esta forma, demuestra que la postura de que siempre hubo un “movimiento crítico” en la tradición cristiana es falsa, “los Antioquenos y Juan Calvino no fueron precursores del movimiento histórico crítico” (96). Carter muestra, citando a Brevard S. Childs, la unidad de la tradición Cristiana-platónica en contraste con la desunión que tuvieron con el movimiento crítico.

El capítulo 5 inicia la segunda parte del libro, la cual busca “introducir al lector a algunas de las riquezas de la reflexión teológica de la Gran Tradición acerca de la interpretación bíblica y la práctica de la misma” (26). Por lo tanto, los capítulos 5 al 7 son más prácticos, pues muestran cómo se veía este Platonismo Cristiano. Por ejemplo, el capítulo 5 se “enfoca en la práctica espiritual de leer la Biblia como una unidad centrada en Jesucristo” (130). Carter explica, usando a Agustín, que este tipo de interpretación “requiere que uno lea bajo la guía del Espíritu Santo” (139).

En el capítulo 6, Carter aborda el concepto complejo y muy malentendido de la “interpretación literal”. Después de tratar brevemente con la confusión de este concepto, él muestra por medio de algunos personajes (Orígenes, Agustín, Clemente, Tomás y Calvino) que para la Gran Tradición “el sentido espiritual no contradice, ni se encuentra apartado del sentido literal”.

En el capítulo 7, Carter presenta “un tipo de exégesis que se utilizó ampliamente por los escritores del Nuevo Testamento y los Padres de la Iglesia del siglo II y III, es decir, la “exégesis prosopológica” (192). El libro concluye retomando una vez más al dilema de “¿Quién es el siervo sufriente?”, considerando el Platonismo Cristiano que presenta al principio de la obra (165).

Evaluación crítica

Carter pregunta en la introducción: “¿Hay alguna esperanza de reunir estas dos cosas? ¿Puede la crítica histórica ser reformada sobre la base de la teología ortodoxa?”, él responde, “Yo creo que es posible reformar la teoría hermenéutica…” (8). A la luz de su obra, yo creo que él ha contribuido con esta reforma; utilizo la palabra contribuido porque, tal como él mismo admite, hay diferentes ángulos contemporáneos desde los que se está dando está “reforma”, aunque considero que su contribución es una de las más importantes

¿Por qué creo que él ha contribuido con esta reforma? Justificaré mi evaluación en el siguiente orden: (1) el problema en cuestión, (2) la causa de este problema, y (3) la propuesta de una solución (por supuesto, la tercera sección será más extensa).

 (1) El problema en cuestión. Carter presenta su libro como la solución al problema, pero ¿de verdad hay un problema? El autor, haciendo uso de su propia experiencia como una prueba de ello, presenta el problema de una manera vívida: “Quería elegir Isaías 53 como mi texto [para predicar en un Viernes Santo], pero había un problema. Yo sabía que ese pasaje era una profecía de Jesús…Pero, por desgracia, me habían educado mucho como para ser capaz de predicar este mensaje” (3-4). Por un lado su “educación eclesiástica” (los servicios de la iglesia, la liturgía y un sentido vago de la historia de la interpretación de Isaías 53) lo motivaron a predicar a Cristo con este texto, pero por otro lado, la academia le había enseñado algo diferente. He aquí el problema: “un choque entre la universidad y la Iglesia” (8). ¿A favor de quién decidirá el pastor que quiere ser fiel a las Escrituras: a favor de la academia o de la tradición?

 (2) La causa de este problema. Un buen doctor no es el que puede reconocer la enfermedad, sino el que también puede diagnosticar su causa con eficacia. Carter detecta la causa con precisión: “es necesario aclarar que los dos puntos básicos de inicio para la interpretación dependen de diferentes presuposiciones metafísicas” (16), el problema con la educación esquizofrénica que muchos pastores reciben yace en diferentes teorías de la realidad. Cuando Carter contrasta en el capítulo 3 la unidad de la Gran Tradición con el colapso de la Ilustración, él muestra que el problema fundamental fue sin duda el rechazo del Platonismo Cristiano que dio lugar a la exégesis crítica, “los enormes cambios en la manera en que se ha interpretado la Biblia durante los dos siglos pasados son perfectamente entendibles” (90) debido a la Ilustración. Por ejemplo, la academia no puede interpretar el texto de Isaías como uno que predice a Cristo, ya que “la profecía implica la soberanía de Dios sobre la historia, y esta creencia plantea la misma serie de preguntas que la doctrina de la inspiración para los modernos” (146). La academia no enseña a los hombres a mirar a Cristo a través de la profecía, la tipología, la alegoría, el cumplimiento, etc., porque esas cosas requieren una cosmovisión sobrenatural, mientras que la academia es controlada por el naturalismo.

 (3) La propuesta de una solución. ¿Cómo se puede resolver este problema atendiendo a su causa? Carter responde que la única forma es recuperando la metafísica cristiana o lo que él llama “Platonismo Cristiano”. La solución de Carter es exitosa por al menos tres razones: en primer lugar, por la forma en la que presenta la solución; en segundo lugar, por la fuerza misma del argumento, y finalmente, por los ejemplos prácticos.

En primer lugar, Carter es cauteloso con las mentes modernas al presentar la solución. No es sencillo proponer una solución a la mente moderna con términos filosóficos, pues el hombre moderno tiene una alergia irreflexiva a ello; pero Carter prepara sabiamente el camino. Él argumenta primero que todos tienen una teoría de la realidad, “cuando ciertos escritores hacen gran alarde de que rechazan la metafísica, lo que están haciendo es rechazar ciertas doctrinas metafísicas bien difundidas, usualmente sin especificar con qué doctrinas proponen reemplazarlas” (64). No podemos escapar de la metafísica; por lo tanto, la cuestión es si nuestra metafísica se conforma a las Escrituras o si está infectada con el naturalismo.

Después de presentar el carácter ineludible de la metafísica, propone la tradición de la metafísica platónica como la mejor opción, utilizando primero el testimonio de un teólogo muy conocido y apreciado, Agustín, para quien el Platonismo era la mejor opción entre las otras filosofías y aquella que lo salvó del Maniqueísmo y le condujo al Cristianismo, “Agustín sintió una afinidad con el Platonismo que no sintió con el ateísmo, el atomismo, el materialismo, el escepticismo y otras antiguas formas de pensamiento” (82), y esto porque el antinaturalismo del Platonismo estaba en gran acuerdo con el Cristianismo. Carter es muy cuidadoso al explicar que esto no significa que el Platonismo es igual al Cristianismo: “El punto principal de Agustín es que Platón estaba cerca de la verdad en algunos puntos muy importantes” (73), pero esta “actitud hacia el Platonismo difícilmente es ingenua o acrítica” (76).

En segundo lugar, el argumento es fuerte. ¡Recuperemos la doctrina cristiana! “Esta cosmovisión bíblica (esto es, la metafísica teológica de la Gran Tradición, es decir, el Platonismo Cristiano) es el contexto en el que se debe considerar la cuestión de la profecía predictiva” (145). Una Bibliología sólida (en particular, la doctrina de la inspiración) y la Teología Propia (capítulo 2) proporcionarán una metafísica cristiana. Como un ejemplo de esto, Carter cita a Matthew Bates: “la premisa de la ‘autoría’ final y divina es fundamental para esta estrategia general de hermenéutica [i.e., prosopología]” (199).

En tercer lugar, mi último comentario sobre el por qué creo que Carter ha contribuido a la reforma de la hermenéutica es que él no deja al lector solo con la teoría, sino que en la segunda parte del libro, explica cómo se materializó este Platonismo Cristiano en la tradición; él dice: “nuestra meta aquí es encontrar, desempolvar y restaurar a su lugar de honor, las preciosas joyas de las generaciones pasadas de maestros fieles de la fe” (130). Él presenta la cultura espiritual fomentada por los Padres para una buena interpretación y la base que siguieron los Padres para encontrar a Cristo en el Antiguo Testamento, es decir, la enseñanza de Cristo y sus apóstoles (capítulo 5), uso del sentido literal por la tradición como la base del sentido espiritual (capítulo 6) y un tipo de exégesis utilizada por los Padres para predicar a Cristo en el Antiguo Testamento, a saber, la exégesis prosopológica (capítulo 7).

Conclusión

Este libro beneficiará grandemente al Cristianismo actual, que está tan infectado con el pensamiento moderno, pues esta obra le ayudará al lector a evaluar si su teoría de la realidad (metafísica) se deriva de la Ilustración o de la Biblia; y después de esto, el libro le ayudará a deshacerse de todo pensamiento naturalista y pagano acerca de las Santas Escrituras y de la Gran Tradición.

Nota: Las citas y referencias de esta reseña son al libro original en inglés Interpreting Scripture with the Great Tradition: Recovering the Genius of Premodern Exegesis (Baker Academic, 2018.) El libro ha sido publicado en español bajo el título “Interpretando la Escritura con la Gran Tradición: Recuperando el Espíritu de la Exégesis Premoderna” (Teología para vivir, 2022).

Héctor Bustamante es miembro del consejo administrativo de Sacra Teología. Es presidente y profesor del Seminario Reformado Sacra Teología. Es pastor en la Iglesia Bautista Reformada de Guadalajara, en Jalisco. Tiene una Maestría en Divinidad del Covenant Baptist Theological Seminary. Actualmente cursa una Licenciatura en Filosofía.
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