- 19 octubre 2022
Dios no es servido por manos humanas
- El porqué Dios es vida en y de sí mismo
- Por Liam Goligher
Cuando el apóstol Pablo visitó Atenas y se vio confrontado por el alcance y la profundidad de la idolatría allí, dijo: “Percibo que sois muy religiosos…” y pasó a alertarles sobre la existencia de un Dios al que ellos no querían reconocer. Por supuesto, no se detuvo ahí, sino que procedió a describir al Dios que no conocían: “El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas las cosas” (Hechos 17:24-25; LBLA). Esta afirmación es una introducción clásica a la comprensión cristiana de la existencia de Dios.
La singularidad de Dios
En seguida, Pablo les señala la distinción ontológica fundamental entre el creador y la creación; entre el Dios “que hizo” y “todo” lo que fue hecho. Por un lado está Dios el Creador y por otro todo lo que no es Dios. Les estaba enseñando a ellos y a nosotros que no podemos ni debemos hablar de Dios y hablar de las criaturas como si pertenecieran a la misma categoría de “ser”, como si fuera simplemente una versión más grande de nosotros mismos. A continuación, el apóstol explica esto en dos aspectos:
En primer lugar, Dios el Creador es el Señor del cielo y de la tierra; no está confinado en el tiempo y el espacio de Su creación, sino que existe en toda realidad, tanto dentro como fuera de la realidad creada. Si Pablo hubiera expuesto Génesis 1, habría aclarado que no hay nada anterior al acto de creación de Dios y no habría intentado dar cuenta del propio comienzo de Dios. Si hubiera intentado esto último, Dios habría dejado de ser Dios. Toda la realidad, visible e invisible, material y espiritual existe por fe divina: “Porque él dijo, y fue hecho; el mandó, y existió” (Sal. 33:8-9). Sólo Dios es la fuente de todo lo que existe, y todo lo que es existe para servirle como Señor.
En segundo lugar, Dios es independiente de su creación, Dios no es “servido por manos humanas” porque no necesita nada, es decir, es totalmente autosuficiente y no depende de nada fuera de él para su existencia o bendición.
En tercer lugar, Dios es la fuente superabundante de la existencia total de la criatura (“él mismo da a toda la humanidad la vida y el aliento y todo”); él es, en sí mismo, la plenitud de la vida, del ser y de todo. Anselmo de Canterbury escribió: “Sólo tú… Señor eres lo que eres y eres quien eres… Sólo Él tiene de sí mismo todo lo que tiene, mientras que las demás cosas no tienen nada de sí mismas. Y las otras cosas, no teniendo nada de sí mismas, tienen su única realidad a partir de él”. [1]
La absolutez de Dios
Esto nos lleva a considerar esa perfección en Dios que llamamos aseidad. La palabra aseidad viene del latín “a” (de) y “se” (sí mismo) que significa que Dios existe “en y de sí mismo”, o “por sí mismo”. Herman Bavinck escribe: “Dios es exclusivamente de sí mismo, no en el sentido de ser auto-causado, sino de ser desde la eternidad a la eternidad lo que es, el ser que no deviene. Dios es el ser absoluto, la plenitud del ser, y por tanto siempre es eterna y absolutamente independiente en su existencia, en sus perfecciones, en todas sus obras, el primero y el último, la única causa y el fin último de todas las cosas.” [2]
En consecuencia, Dios es lo que es. Como dijo Tomás, Su esencia es Su existencia. Esto significa que Dios es Sus atributos – no son complementos, no son accidentales a lo que Él es, sino que él es Sus atributos: Dios “es” Santo, Amor, Espíritu, Sabiduría, Poder y existe así como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
La libertad de Dios
La idea de la aseidad proviene del autodenominación de Dios registrada en Éxodo 3 donde Moisés pidió a Dios que se identificara y recibió la respuesta: “YO SOY EL QUE (o QUIEN) SOY”. Esta autodenominación revela que Dios no depende de nada ni de nadie fuera de sí mismo; no necesita que le demos nada. Está libre de toda coerción y restricción, libre de actuar según Su propia voluntad y de la manera que elija.
Por eso dice el apóstol Pablo que Dios tiene misericordia de quien quiere y endurece a quien quiere (Rom. 9:7-13). El apóstol está respondiendo a todos los que se oponen a esa libertad total: “¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra?” (Rom. 9:19-24). Con absoluta libertad, Dios creó el mundo; no lo hizo porque le faltara algo o lo necesitara, sino porque eligió hacerlo libremente. Fue totalmente libre de elegir crear o no crear a su antojo. La existencia de Dios es absoluta y no tiene origen. No se causó a sí mismo, ni creó el universo por ninguna clase de necesidad, como si se viera disminuido sin él o potenciado con él. Creó el mundo simplemente porque se complació en hacerlo. Como dijo Agustín, “Dios existe en el sentido supremo y original de la palabra. Es totalmente inmutable, y es él quien puede decir con plena autoridad ‘Yo soy el que soy'”[3].
La plenitud de Dios
La aseidad es, en última instancia, una afirmación de la belleza esencial, la bondad, la plenitud y la generosidad de Dios; la perfección y la plenitud de Su ser en sí mismo. En Hechos 17, Dios “da a todos vida y aliento y todas las cosas” a todo y a todos, en todas partes. Él da la existencia a todo lo que existe. “en Él vivimos, nos movemos y existimos”. El nombre divino “YO SOY EL QUE SOY” revela que Dios es rico y lleno de existencia, poder y gloria.
El nombre divino indica Su perfección y plenitud como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Observar la multiplicidad y la diversidad abundante de todo lo que Él ha hecho en el mundo creado de la naturaleza nos permite apenas vislumbrar la riqueza de la vida que reside en Dios mismo, considerado aparte de esta realidad creada de la que formamos parte. También nos presenta la fascinante perspectiva de las “riquezas de la gloria de su herencia en los santos… para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef. 1:18; 3:19). Contemplar la vida interior de la Santísima Trinidad, tal como se revela en la Sagrada Escritura, es ver un estado intemporal de beatitud y plenitud de vida: “de su plenitud todos hemos recibido” (Jn. 1:16; LBLA).
La acción de Dios
Aquí pensamos en el hecho de que Dios es inmutable pero no estático; Dios es impasible pero no pasivo; Dios es inamovible pero no inactivo. John Webster afirma que “Dios es de sí mismo, y de sí mismo Dios se da”. Y añade: “La aseidad es la vida: La vida de Dios desde y, por tanto, en sí mismo”[4]. La aseidad es la perfección atemporal y viva del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Se expresa en la creación; en la humanidad hecha a su imagen; en los profetas por los que ha hablado; y supremamente, en Cristo que, encarnado, es “la imagen del Dios invisible”.
Para comprender esto hay que recordar que Dios se ha revelado como la Santísima Trinidad y, dentro de la vida trina, está marcado por relaciones personales de paternidad, filiación y espiración. En la eternidad atemporal el Padre generó (o engendró) al Hijo sin ningún principio; en la eternidad atemporal el Hijo es generado o engendrado por el Padre sin ningún principio; y en la eternidad atemporal el Espíritu Santo fue espirado y como tal procedió del Padre y del Hijo sin ningún principio. En palabras de Jesús, “el Padre tiene vida en sí mismo” y “ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Jn. 5:26). Del mismo modo, el Espíritu Santo es generador de vida natural y regenerador de vida espiritual. Lo encontramos infundiendo vida en las criaturas para dotarlas de vida en la creación y, en la recreación, infunde nueva vida en los elegidos de Dios. Por tanto, Dios, la Santísima Trinidad, es el Dios vivo.
Todo este engendrar, ser engendrado y proceder, apunta a la vida y el movimiento eternos que son intrínsecos a la naturaleza eterna de Dios como Dios. Tener vida en sí mismo significa que Dios vive de un modo esencialmente activo y entregado. Así, el Padre ama y glorifica al Hijo como el Hijo ama y glorifica al Padre en el Espíritu Santo y como el Padre, el Hijo y el Espíritu aman y glorificarán inseparablemente a los elegidos. Por supuesto, hay que añadir reservas aquí: El movimiento de Dios no supone ningún gasto de poder de su parte, ni requiere ningún cambio dentro de él, no le añade ni le quita nada.
Esto pone en tela de juicio la idea de que Dios es el ” motor inmóvil “, que es pasivo en sí mismo. El Dios de la Sagrada Escritura nunca se concibe como un ser en potencia (es decir, que tiene eternamente el potencial de actuar, pero que nunca actúa hasta que comienza a crear). Por el contrario, como Santísima Trinidad siempre está “en acción”, y esa acción no tiene principio ni fin; es atemporal y eterna. Dentro de su vida trina, siempre está engendrando y procediendo, amando y bendiciendo. La perfección de Dios no es “mera inmovilidad, reposo concebido como simple ausencia de movimiento”. Decir que Dios es ‘a se’ es decir que Dios ‘vive’ a se. Dios es, y por tanto Dios vive, y por tanto Dios se mueve”. [5]
La gracia de Dios
Así es ese Dios que es de sí mismo, que desde sí mismo se da también en la creación, la encarnación y la recreación. El que tiene vida en sí mismo se complace en dar vida a los demás. Por tanto, no es necesario ni seguro plantear que Dios cambie en la creación o en la redención adquiriendo nuevos atributos o actuando de forma diferente a como es eternamente. El Dios que genera eternamente al Hijo y exhala el Espíritu, elige crear el universo y los seres vivos. Por supuesto, hay una diferencia ontológica entre estas dos acciones: una eterna y otra temporal, una infinita y otra finita, una invisible y otra visible. El engendrar al Hijo y la espiración del Espíritu pertenecen a la naturaleza de Dios en sí mismo como Dios. La creación del universo pertenece a la voluntad y a la palabra del Dios trino.
La aseidad divina no es una parte de Dios ni un aspecto de su naturaleza o carácter, como tampoco lo son el amor, la sabiduría, el poder o la justicia. ¡Nada hay detrás de Dios, sino Dios! Él es quien es, pues Su esencia es Su existencia. Todas las cosas son de él, por él y para él. Él es la explicación completamente suficiente de Su propia realidad, de Su propia esencia y existencia.[6] Dios no es pasivo aunque sea impasible; está plenamente en acto, plenamente presente en la economía, sosteniendo plenamente todas las cosas visibles e invisibles, plenamente comprometido con los que amó desde antes de la fundación del mundo. Tiene toda la vida, la gloria y la bienaventuranza en y de sí mismo en la perfección de Su propia naturaleza, y sin embargo nos concede la vida eterna por dirigirse en gracia hacia nosotros. Podemos atestiguar que “por su voluntad existen y fueron creadas todas las cosas”. Sin embargo, nada de lo que ha creado tiene valor para Él: “¿Traerá el hombre provecho a Dios? Al contrario, para sí mismo es provechoso el hombre sabio. ¿Tiene contentamiento el Omnipotente en que tú seas justificado, o provecho de que tú hagas perfectos tus caminos?” (Ap. 4:11; Job 22:2-3).
Referencias
[1] Citado en John Webster, God without Measure: Working Papers in Christian Theology, Volume 1: God and the Works of God (Edinburgh: T&T Clark, 2015), p.15.
[2] Herman Bavinck, Reformed Dogmatics, Volume 2: God and Creation (Grand Rapids: Baker Academic, 2004), p.152.
[3] Augustine, On Christian Teaching (Oxford: Oxford University Press, 1997), I.xxxii.
[4] Webster, God without Measure, p. 19.
[5] John Webster, “God’s Perfect Life” citado en Stephen J. Duby, Divine Simplicity: A Dogmatic Account (Edinburgh: T&T Clark, 2015), p.119.
[6] Consulte James E. Dolezal, God without Parts: Divine Simplicity and the Metaphysics of God’s Absoluteness (Eugene: Pickwick, 2011), p.71.
Traducido por Hiram Novelo.
Artículo publicado originalmente en inglés en Credo Magazine (Vol. 9, No. 2, 2019) y traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.