- 8 septiembre 2022
No hay nadie semejante a mí en toda la tierra
- El Éxodo, la fama del nombre de Dios y la manifestación de Su celo por medio de la soberanía divina
- Por Matthew Barrett
¿Alguna vez te has preguntado qué tiene que ver el celo de Dios con Su soberanía? Sin duda, esta no es una pregunta en la que pensamos comúnmente. Después de todo, el celo es un atributo divino que pocos cristianos se atreven a explorar y la soberanía divina tiende a ser un atributo que preferimos mantener encubierto. Sin embargo, es notable cómo estos dos atributos, cuando se colocan juntos, arrojan una luz reveladora sobre algunas de las doctrinas más complicadas y desafiantes de las Escrituras.
A continuación haremos un recorrido por un acontecimiento de la historia de la redención -el Éxodo- para que podamos comprender mejor cómo se relacionan estos dos atributos entre sí. Sobre la marcha, también recibiremos la ayuda del apóstol Pablo y dejaremos que su carta a los Romanos hable de nuestra interpretación del acontecimiento del Éxodo para entender qué tienen que ver estos dos atributos entre sí.
No obstante, antes de iniciar esta aventura, debemos comenzar en donde cualquier teólogo lo haría, es decir, con una o dos definiciones.
¿Qué es la soberanía y el celo divino?
Primero, empecemos con la soberanía divina. No es ninguna sorpresa que afirme una comprensión reformada de la soberanía divina, no porque sea reformada per se, sino precisamente porque creo que está respaldada por las propias Escrituras. Si bien no es mi propósito aquí defender una perspectiva reformada de la soberanía divina, creo que es crucial que entendamos correctamente el celo divino.
Pero habiendo dicho esto, ¿qué es la soberanía divina? Las Escrituras enseñan que Dios, como Creador y Señor, es soberano, que gobierna y reina sobre todas las cosas, incluyendo los seres humanos. Hay al menos dos componentes clave de la soberanía divina. El primero es que la soberanía de Dios es meticulosa, exhaustiva y universal. Esto significa que Dios no sólo es soberano sobre las cosas grandes, sino también sobre las pequeñas—de hecho, hasta en los detalles más pequeños de la vida. La soberanía divina significa que Dios, como Señor, está en control de todas las cosas, como dice Pablo en Efesios 1:11, y está obrando para asegurarse de que todas las cosas en el tiempo y el espacio marchen de acuerdo con Su plan eterno, por el cual, antes de la fundación del mundo, ordenó exactamente lo que sucedería con el fin de llevar a cabo su plan de redención.
El segundo es que la soberanía de Dios es eficaz. En otras palabras, Dios no fracasa en cumplir Su decreto. Mientras que hay muchos que tratan de oponérsele, Dios cumplirá Sus propósitos. Siempre tiene éxito en llevar a cabo Su voluntad predeterminada. En resumen, aún si se reúnen todos Sus oponentes en Su contra, al final Dios siempre triunfa. Tal como el rey Nabucodonosor lo aprendió de la manera más dura, Dios “hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). Aunque puede haber momentos en los que, desde nuestro entendimiento limitado, los planes de Dios parecen ser derrotados, démosle suficiente tiempo y descubriremos que lo que parecía una derrota resulta ser sólo otro paso en el camino hacia la victoria. Ciertamente, la crucifixión es el máximo ejemplo de esto. Así como los primeros cristianos oraron en Hechos 4: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (énfasis añadido) (4:27-28).
Cuando relacionamos estos dos componentes de la soberanía divina con la esfera humana, esto significa que Dios controla no sólo las acciones humanas externas, sino también todo lo interno, incluyendo los deseos, motivos y afectos del corazón humano. Como Creador y Señor, no sólo tiene la capacidad sino el derecho de dirigir el corazón humano cómo y a donde quiera que le plazca. Así lo vemos en Proverbios 21:1 “Como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina”. Por lo tanto, no hay deseos en el corazón de un individuo, ni siquiera del más poderoso como un rey, que estén fuera del control del Señor. Y si Dios decide dirigir el corazón en cierta dirección, es perfectamente justo al hacerlo.
Reconozco que esto plantea muchas preguntas que no podemos abordar en este momento, pero mi propósito aquí no es desarrollar cómo una soberanía tan exhaustiva, meticulosa y eficaz coincide con la responsabilidad humana, sino simplemente explorar cómo esa soberanía se corresponde con el celo divino.
Así que pongamos ahora nuestra atención en el celo divino. Erik Thoennes, en su libro Celo piadoso: Una teología del amor intolerante, define el celo como “el deseo ardiente de mantener una devoción exclusiva al interior de una relación ante un desafío a esa devoción exclusiva”. Luego Thoeness enlista varios requisitos necesarios que deben estar presentes. Estos incluyen un amante, un amado, un rival, una infidelidad expresada en cierta forma por el amado y una respuesta emocional a esa infidelidad. Como veremos, estos elementos están presentes, en mayor o menor medida, en el evento del Éxodo.
Thoennes también explica cómo en la Escritura hay dos aspectos del celo divino: (1) El celo de Dios por Su propia gloria, y (2) El celo de Dios por la fidelidad de Su pueblo para con Él como su Dios (nos enfocaremos principalmente en el primero). En el trato de Dios para con Faraón, Dios mostró celo por Su propia gloria y deseaba ver que Su propio nombre fuera magnificado no sólo por Su pueblo sino por las naciones. Hubo un rival que se le opuso, y por eso Dios, al librar a Su pueblo por medio de actos poderosos, haría saber a todos que Él es el único Dios verdadero. Thoeness y Wayne Grudem señalan cómo vemos el celo de Dios obrando cuando el Señor “responde a la anulación de Su derecho exclusivo de ser reconocido como el único Dios verdadero … Cuando Dios está celoso, significa que Él busca proteger de forma continua Su propio honor”. Esto es exactamente lo que ocurre en el evento del Éxodo, en el que Faraón se rehusó a reconocer y a obedecer al único Dios verdadero y Dios respondió defendiendo Su propio honor, lo que derivó en la glorificación de Su nombre no sólo en Israel sino entre las naciones.
VAMOS AL GRANO
Habiendo dado estas definiciones, ¿qué tiene que ver la soberanía divina con esta comprensión del celo divino? En términos simples, el celo Dios se manifiesta a través de la ejecución de Su soberanía. Exploraremos este argumento a través del evento del Éxodo y descubriremos que hay un patrón de por medio:
- El hombre no consideró el nombre de Dios como algo grande.
- Dios tuvo celo por Su propia gloria.
- Dios ejerció Su soberanía.
- Los actos soberanos de Dios fueron el medio por el cual el nombre de Dios fue glorificado una vez más entre los hombres.
La implicación de este patrón es que el celo divino y la soberanía van de la mano, siendo esta última el conducto a través del cual se manifiesta la primera. Como veremos, el negarnos a separar el celo divino de la soberanía divina nos protege de la acusación de que la soberanía de Dios es arbitraria, caprichosa y sin propósito. Por el contrario, la interdependencia de las dos demuestra que los actos soberanos de Dios están vinculados a la intención de Dios de engrandecer Su propio nombre en Su pueblo del pacto.
Habiendo dicho esto, veamos el evento del Éxodo.
¿CUÁL ES EL PROPÓSITO PRINCIPAL DE DIOS EN EL EVENTO DEL ÉXODO?
Uno podría responder que el propósito fue liberar a Su pueblo porque estaban sufriendo. Después de todo, en Éxodo 3:7-9 leemos que el Señor vio la aflicción de Su pueblo en Egipto y descendió para liberarlos; esto es cierto, sin embargo, no creo que liberar a Israel, por importante que fuera, es la razón principal o definitiva de los actos de Dios. Mi explicación viene de Éxodo 10:1-2
“Jehová dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón; porque yo he endurecido su corazón, y el corazón de sus siervos, para mostrar entre ellos estas mis señales, y para que cuentes a tus hijos y a tus nietos las cosas que yo hice en Egipto, y mis señales que hice entre ellos; para que sepáis que yo soy Jehová” (énfasis añadido, cfr. Sal. 106:7-8).
Esa última frase es crucial, pues nos dice la razón por la que Dios se empeñó en endurecer el corazón de Faraón al enviar plaga tras plaga. El propósito principal de los actos soberanos de Dios es que el hombre supiera que el Dios de Israel es el Señor. En otras palabras, Dios desea ver que Su propio nombre sea magnificado, honrado y alabado.
Así que, ahora que vemos que el celo de Dios por Su propia gloria es el motivo y el propósito principal de los actos de Dios, la siguiente pregunta es, ¿cómo hace exactamente Dios esto? La respuesta es por medio de Su soberanía divina. Así que veamos los pasos que Dios tomó.
Antes de que Moisés pisara de nuevo Israel, Dios se le apareció y le dijo que endurecería el corazón de Faraón (Éx. 4:22). Ciertamente es difícil pensar en un mayor testimonio de la soberanía exhaustiva y meticulosa que este. Sin embargo, lo que es más interesante es la pregunta, ¿por qué? Dios pudo haber librado a Israel inmediatamente. En otras palabras, pudo haber enviado a Moisés y enternecer el corazón de Faraón al instante. Pero en lugar de eso, Dios hizo exactamente lo opuesto: endureció el corazón de Faraón desde el principio y lo siguió haciendo con cada plaga para que Faraón no hiciera precisamente lo que Dios, al hablar por medio de Moisés y Aarón, le dijo a Faraón que hiciera. Así como Dios le dijo a Moisés en Éxodo 4:21 “Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo”. Al endurecer el corazón del Faraón, Dios pudo desplegar Su soberanía a través de las muchas plagas que trajo a Egipto. Es una especie de obra en la que la trama continúa aumentando a medida que la historia avanza, hasta que todo alcanza un clímax y la pregunta central se convierte en ¿quién va a ganar, Dios o Faraón? Cuando descubrimos cómo termina la historia, es evidente quién tiene un nombre más grande: Yahweh.
El punto es que es precisamente a través del ejercicio de la soberanía de Dios sobre Faraón (como se ve cuando Dios endurece el corazón de Faraón, envía las plagas y luego destruye a los egipcios en el Mar Rojo) que Su nombre es engrandecido. En otras palabras, por medio de los actos soberanos de Dios sobre el gobernante más poderoso de la tierra, Dios se glorifica entre Su pueblo. Dicho de otra forma, el celo de Dios por Su propia gloria lo lleva a actuar de forma soberana sobre Faraón y sobre Egipto.
NO HAY NADIE SEMEJANTE A MÍ EN TODA LA TIERRA
Vemos este punto a lo largo de la narración. En Éxodo 5, Moisés y Aarón van a Faraón tan solo para que Faraón los rechace a ellos y a su Dios y aumente la carga de trabajo de Israel. Cuando Moisés clama a Dios en su desesperación, el Señor, en Éxodo 6, le recuerda a Moisés que Él es el Señor, el que se le apareció a Abraham, Isaac y Jacob como “Dios Todopoderoso” (6:3), y que no dejará que Sus promesas de pacto fallen. En Éxodo 7, Dios le dice a Moisés que lo va a enviar a él y a Aarón ante Faraón una vez más, pero que va a endurecer el corazón de Faraón (7:3). Aunque Dios iba a multiplicar Sus señales y Sus maravillas, Faraón no iba a escuchar (7:3-4). Dios entonces pondría Su mano en Egipto, librando a Su pueblo “con grandes juicios” (7:4). Una vez más vemos el énfasis en cómo Dios iba a endurecer el corazón de Faraón con el fin de realizar “grandes juicios” (cfr. Éx. 9:12; 10:20, 27; 11:10).
En Éxodo 9, vemos la soberanía y el celo de Dios por Su propia gloria unidos una vez más. El Señor estaba por enviar la séptima plaga (granizo) sobre Egipto. Y le dice a Faraón:
“Entonces Jehová dijo a Moisés: Levántate de mañana, y ponte delante de Faraón, y dile: Jehová, el Dios de los hebreos, dice así: Deja ir a mi pueblo, para que me sirva. Porque yo enviaré esta vez todas mis plagas a tu corazón, sobre tus siervos y sobre tu pueblo, para que entiendas que no hay otro como yo en toda la tierra. Porque ahora yo extenderé mi mano para herirte a ti y a tu pueblo de plaga, y serás quitado de la tierra. Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra” (énfasis añadido, 9:13-16).
En mi opinión, Éxodo 9:13-16 es uno de los más pasajes más poderosos para demostrar nuestro punto (cfr. 10:1-2; 11:9). Dios dice que pudo haber hecho esto de inmediato, pero en lugar de eso, Él alarga el proceso a través de poderosos actos de soberanía divina, a fin de que Faraón y su pueblo conozcan que no hay nadie como Yahweh en toda la tierra. El versículo 16 es particularmente importante. ¿Cuál es el propósito de la existencia de Faraón? Dios lo levantó con el propósito mismo de desplegar Su enorme poder para que el nombre de Dios se proclamara en toda la tierra.
Vemos que este punto se reitera cuando Israel estaba por cruzar el Mar Rojo. Dios le dice a Moisés: “Porque Faraón dirá de los hijos de Israel: Encerrados están en la tierra, el desierto los ha encerrado. Y yo endureceré el corazón de Faraón para que los siga; y seré glorificado en Faraón y en todo su ejército, y sabrán los egipcios que yo soy Jehová. Y ellos lo hicieron así” (14:3-4). De nuevo, Dios va a engrandecer Su nombre en las naciones por medio de endurecer el corazón de Faraón y así obtener la gloria sobre Egipto.
¿HAY INJUSTICIA EN DIOS?
Ahora bien, la objeción que a menudo surge en este punto es: ¿Cómo podemos justificar que Dios endureciera el corazón de Faraón y luego lo destruyera junto con su ejército? ¿No es este un ejemplo de la soberanía de Dios actuando de forma arbitraria y caprichosa? La respuesta a estas objeciones podría tener cierto peso si no fuera por el contexto de la historia que acabamos de plasmar; en particular el hecho de que Dios está extendiendo Su mano soberana con el mismo propósito de traer gloria para Sí mismo. En otras palabras, es precisamente a causa del celo de Dios por Su propia gloria, al cual se opone Faraón, que se puede justificar que Dios utilice Su soberanía para realizar actos poderosos.
El apóstol Pablo deja esto en claro en Romanos 9. Pablo resalta la elección soberana de Dios al predestinar a Sus elegidos, no por algo que Él hubiera previsto en ellos sino de forma incondicional. Haciendo uso del caso de Jacob y Esaú, Pablo escribe: “Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac nuestro padre (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), se le dijo: El mayor servirá al menor. Como está escrito: A Jacob amé, mas a Esaú aborrecí” (Ro. 9:10-13).
Si Pablo está enseñando que la elección es incondicional, esperaríamos encontrar la misma objeción a la que Pablo responde: “¿Qué, pues, diremos? ¿Que hay injusticia en Dios?” Pablo responde “en ninguna manera” (Ro. 9:14). Pablo utiliza el ejemplo de Faraón a fin de mostrar que no hay injusticia en Dios:
“Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Porque la Escritura dice a Faraón: Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado por toda la tierra. De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Ro. 9:15-18).
Pablo cita Éxodo 9:16. Pero Pablo se topa de nuevo con una objeción: “me dirás: ¿Por qué, pues, inculpa? porque ¿quién ha resistido a su voluntad?” (9:19). Lo que Pablo dice después va directo al corazón de nuestro argumento: “Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? ¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar su ira y hacer notorio su poder, soportó con mucha paciencia los vasos de ira preparados para destrucción, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, las mostró para con los vasos de misericordia que él preparó de antemano para gloria” (Ro. 9:20-23).
Aquí aprendemos por Pablo que Dios, como el alfarero, tiene el derecho de hacer un vaso para destrucción y otro para gloria. Pero lo que no podemos perder de vista es Su propósito al hacerlo. Con el deseo de dar a conocer Su ira y Su poder, Dios ha soportado pacientemente los vasos de ira preparados para destrucción, para dar a conocer también Su gloria al salvar a los vasos de misericordia.
Faraón es un ejemplo de la forma en la que se ve este mismo principio en operación. Y Pablo aplica esta verdad a los no escogidos, en contraste con los escogidos de Dios. La obra de Dios con la cual endurece el corazón está lejos de ser arbitraria, pues en esta obra Dios se glorifica al hacer notorio Su poder derramando Su ira, tal como se ve con Faraón.
Por supuesto, también hay un lado positivo. Dios no sólo muestra Su poder con la destrucción de los malvados, sino que también muestra las riquezas de Su gloria con la redención de Sus escogidos. Indiscutiblemente esta verdad se demostró no sólo cuando Dios destruyó a Faraón, sino también cuando redimió a Su pueblo escogido, Israel. Así, Dios endurece al que quiere endurecer y tiene misericordia de quien quiere tener misericordia y las dos cosas tienen el propósito de traer gloria para Dios, aunque de formas muy distintas. Al igual que en el libro del Éxodo, Pablo enseña que Dios tiene celo por Su propia gloria y que escoge glorificar Su nombre por medio de Su soberanía divina. En Romanos 9 esa soberanía es evidente en la elección y la reprobación. Lejos de que sean actos arbitrarios, estas obras soberanas están motivadas por el celo de Dios por Su gloria.
SOBERANÍA, CELO Y ADORACIÓN
Reconozco que rara vez las discusiones sobre los atributos como la soberanía divina y el celo presentan implicaciones prácticas, pero es importante hacerlo si queremos hacer una buena teología sistemática y si queremos guardarnos de la tentación de divorciar la doctrina de la doxología.
Thoennes dice en su estudio que el “celo de Dios es vital para la esencia de Su carácter moral, una de las principales causas de adoración y confianza de parte de su pueblo y un motivo de temor por parte de Sus enemigos”. No podría estar más de acuerdo; y creo que Israel también habría estado de acuerdo, porque después de ser liberados y cruzar el Mar Rojo, el cual Dios separó para ellos sólo para dejar caer las aguas sobre sus enemigos, los israelitas cantan esta canción al Señor:
“Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete. Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré. ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?” (Éx. 15:1, 2, 11).
Traducido por Hiram Novelo.
Artículo publicado originalmente en inglés en Credo Magazine (Vol. 5, No. 2, 2015) y traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.