¿Experimenta Dios cambios emocionales?

Probablemente has visto un comercial popular del chocolate Snickers en el que unas personas gruñonas se tranquilizan al comer un chocolate con nueces y caramelo. La premisa de esta escena se resume con la frase “no eres tú cuando tienes hambre”. Por supuesto, podemos coincidir con esta declaración. Algunas personas incluso hablan de la “enojambre”. Son personas cuyo enojo se debe al hambre. Tenemos apetitos naturales (inclinaciones y disgustos), y nuestros estados de ánimo cambian en función de la satisfacción o insatisfacción de nuestros apetitos. Realmente hay momentos en los que la diferencia entre estar contento o irritable depende de una barra de Snickers (o de unas Oreos con relleno doble).

Nosotros sabemos cómo somos, pero ¿es Dios así? ¿Experimenta Dios cambios emocionales? Si contestamos a esta pregunta basándonos en la música cristiana popular, e incluso en la literatura cristiana popular, responderíamos que Dios sí experimenta cambios emocionales. Pero los credos cristianos, la tradición cristiana de la teología propia (la doctrina de Dios), y las confesiones de fe protestantes y reformadas están en desacuerdo con eso.

¿Qué enseñan las Escrituras sobre las emociones y Dios, y cómo podemos formular una respuesta responsable y fiel? Consideraremos cuatro puntos, enfocándonos en cómo Dios se describe a sí mismo en las Escrituras, y cómo Dios nos enseña a interpretar Su lenguaje en relación a sí mismo.

1. La Biblia describe a Dios en el lenguaje de la experiencia y la emoción humanas, pero niega que Dios experimente esas mismas cosas.

En 1 Samuel 15:11, Dios declara: “Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras”. Después en 1 Samuel 15:29, en el mismo pasaje, esta declaración se matiza y se regula. “Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta”. Otros pasajes, como Números 23:19-20, refuerzan la verdad de que la diferencia entre Dios y las criaturas determina la forma en la que leemos el lenguaje criatural acerca de Dios. El pasaje dice: “Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?”.

2. La Biblia describe a Dios de tal forma que hace imposible que Él sufra o sea afectado.

Consideremos Génesis 1:1. Hay un Creador y hay una creación. Dios no creó algo mayor o más poderoso que Él mismo, ni se recluyó dentro del tiempo y el espacio de Su creación. Dios es eterno y a se, de sí mismo, y todas las cosas son “de él, y por él, y para él” (Ro. 11:36). Por consiguiente, Dios es siempre el agente, nunca el paciente. Dios siempre cumple sus propósitos y nunca cambia de opinión, como se afirma arriba en Números 23:19-20.

Del mismo modo, varios de los nombres de Dios, especialmente “YO SOY EL QUE SOY”, son autorrevelaciones que utilizan la palabra “ser”. Dios es el que es. Él es un ser perfecto e independiente, la fuente de todo lo que existe, el Creador de todas las cosas. Nada puede añadirse a Dios que es YO SOY; Nada puede restarle a Dios que es YO SOY. Dios tampoco puede hacerse más perfecto ni reducir Su perfección.

Dios mismo declara Su naturaleza perfecta e inmutable a Su pueblo en Malaquías 3:6: “Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos”. Y lo mismo se nos dice en Santiago 1:17: “Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación”.

El hecho de que la Biblia describe a Dios en el lenguaje de la experiencia y la emoción humanas, negando el mismo tiempo que Dios experimente esas mismas cosas, junto con la descripción de la perfección del ser de Dios, nos proporciona una conclusión firme y segura.

3. No debemos igualar el lenguaje humano que se utiliza para describir a Dios con Dios mismo.

No podemos contener a Dios en nuestro lenguaje más de lo que se puede contener el océano en un dedal. Lo finito no puede contener al infinito. Por lo tanto, nuestras mentes y nuestro lenguaje nunca podrán envolver a Dios y expresarlo plenamente. Pero aunque no podemos conocer a Dios plenamente, sí podemos conocerlo en verdad. La autorrevelación de Dios puede adaptarse a nuestras capacidades criaturales, sin ser falsa ni hueca.

Muchos autores han descrito la autorrevelación de Dios en la comunicación criatural como un Dios que nos balbucea, tal como los padres o las enfermeras hablan a los niños. Si Dios nos hablara de una manera que comunicara la infinidad de Su ser y Su poder, nunca lo entenderíamos. No podemos entenderlo. Así, Dios habla en nuestro idioma, en criaturandés. Y, en consecuencia, no podemos pensar que Dios quede contenido en ese idioma. No podemos pasar directamente del lenguaje de la criatura al del Creador sin proteger ese lenguaje o matizarlo, como nos han enseñado las propias Escrituras.

Aquí hay que equilibrar dos aspectos. Y podemos acabar en dos fosos. Por un lado, no podemos reducir a Dios al lenguaje criatural que utilizamos para describirlo. Dios no es como nosotros. Por otro lado, tenemos que recordar que estos pasajes nos están diciendo algo. Dios nos está hablando en nuestro idioma, y aunque no podemos equipararlo a nuestra idioma, eso no significa que no tengamos nada que aprender, sino todo lo contrario.

Por ejemplo, cuando la Escritura habla de Dios arrepintiéndose, lamentándose o cediendo, el punto de unión no está entre el estado emocional de un ser humano que se arrepiente y algún estado emocional en Dios, sino en la acción realizada. Cuando alguien se arrepiente, deja de hacer lo que estaba haciendo y empieza a hacer otra cosa. Así también, Dios creó al hombre, luego destruyó al hombre; Dios hizo rey a Saúl, luego lo destituyó; Dios amenazó con juicio a Nínive, luego removió la sentencia de juicio.

A eso se le puede llamar arrepentimiento por la analogía entre la acción de Dios y las acciones humanas, sin que esto traiga consigo el bagaje de la agitación emocional humana. Cuando nos arrepentimos es porque algo nos confronta y nos cambia. En términos espirituales, nos volvemos del pecado a la justicia. Por lo general, nos encontramos con algún problema, nos arrepentimos de una decisión, y volvemos a hacer algo o hacemos otra cosa. Pero Dios es eterno y ha predestinado todos los acontecimientos, cumpliendo así toda Su santa voluntad. Por lo tanto, el arrepentimiento de Dios no es un acontecimiento o un suceso para Dios, sino que, desde la perspectiva de la criatura en el tiempo, es una revocación de las acciones, todo lo cual fue decretado por Dios en la eternidad. Dios decretó desde la eternidad tanto crear al hombre como destruirlo, hacer rey a Saúl y luego destituirlo, amenazar a Nínive y luego librarla. Vemos que todo esto tiene lugar en el tiempo. La secuencia de los actos de Dios en el tiempo nos lleva a un cuarto punto.

4. Debemos distinguir entre nuestro Dios eterno en sí mismo y la ejecución de Su decreto en el tiempo y el espacio.

Dios no está limitado por el tiempo; Dios es eterno; Dios creó el tiempo. Y todo lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará en el tiempo es el cumplimiento o la ejecución de Su decreto eterno. Esto significa que si atribuimos a Dios cosas como emociones, o reacciones como arrepentirse, ceder, lamentarse o ser provocado a la ira, y si las entendemos como Dios existiendo en el tiempo y actuando en el tiempo en lugar de la ejecución de Su decreto eterno y singular, habremos colapsado la eternidad y el tiempo, y habremos convertido al Creador en una criatura. El decreto de Dios es una simple causa con una insondable (insondable para nosotros) multitud de efectos, todos los cuales confluyen en la gloria de Dios mediante la redención de los elegidos en la muerte y resurrección de Cristo, y el juicio de los incrédulos.

Todo esto se resume en que hablamos de Dios de una manera que se ajusta a Su ser infinito y a Su perfección. Y hablamos de las criaturas de una manera que se ajusta a su ser finito y a su imperfección. Las Escrituras mismas nos enseñan a hacer esto cuando consideramos lo que dicen sobre Dios, sobre las criaturas y sobre Dios descrito en el lenguaje de las criaturas. Estas cuatro consideraciones nos preparan para responder nuestra pregunta original de forma más específica. ¿Experimenta Dios cambios emocionales? ¿Dios no es Dios cuando tiene hambre? Felizmente, Dios no es un hombre.

En primer lugar, el amor.

Dios es Amor, es bueno en sí mismo y derrama bondad sobre Sus criaturas. Esto significa que cuando Dios hace bien a Sus criaturas, las está amando. Y Dios no las ama por algo bueno que haya en ellas, o por algo que Él perciba y responda, sino que más bien las ama porque Él es amor. Él hace bien porque Él es bueno. Para nosotros el amor es cuando percibimos algún bien y nos sentimos atraídos hacia él, y correspondemos con el bien. Debemos aplicar el amor a las criaturas y al Creador de manera diferente, conforme a su ser. Así pues, Dios es amor, esencialmente. Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. Su amor es una perfección eterna, no una emoción. Y esto hace más dulces las palabras de Juan cuando dice en 1 Juan 4:16: “Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él”.

En segundo lugar, la misericordia.

La misericordia, una vez más, debe aplicarse a las criaturas de una manera, y a Dios de otra. Los seres humanos son movidos a misericordia cuando perciben una necesidad en sus semejantes. Somos misericordiosos porque sufrimos y compartimos el dolor de otra persona; nos ponemos en sus pies y nos compadecemos de ellos; nos invade la simpatía o la compasión. Ayudamos a aquellos con los que nos identificamos en su sufrimiento.

Pero no es así con Dios; Dios no sufre, Él no puede sufrir ni ser afectado. ¿Eso significa que no puede ser misericordioso? No, sino todo lo contrario. Dios es el que ayuda a los indefensos aunque no haya ninguna relación entre Su naturaleza y la persona indefensa. Y ya que está libre de ese tipo de restricciones, es capaz de tener misericordia de todos los que quiera.

La simpatía nos mueve porque vemos algo de nosotros mismos en otra persona; no sentimos misericordia por las piedras que son destrozadas. Pero si Dios es tan diferente a nosotros, ¿acaso no podría decir lo mismo? No, porque cuanto menos condicionada esté la misericordia de Dios a Su participación de nuestra naturaleza, mayor es Su capacidad de ser misericordioso con todos según Su voluntad. Romanos 10:13 asegura esta verdad: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”.

No equipares la misericordia de la humanidad con la misericordia en Dios. Si hicieras esto, entonces Dios no sería nada misericordioso; pero Dios es perfectamente misericordioso. Los trabajadores voluntarios se ven abrumados, ellos ven mucho sufrimiento y algunas veces tienen que detenerse o tomar descansos. Los ministros también experimentan esto en su labor ministerial. Dios no está sujeto a tal debilidad; Él es como un médico inmune al ébola. Ese es el Dios que necesito, no el médico que puede contagiarse de mi enfermedad o enfermarse junto conmigo. La misericordia de Dios es una perfección, no una pasión o afecto. La misericordia de Dios es Su ayuda a los indefensos. Y, por tanto, Dios es el más misericordioso porque ayuda a los que son totalmente distintos a Él, y ayuda a los que nadie más ayudaría.

Por eso, podemos decir sinceramente junto con Jeremías en Lamentaciones 3:21-24: “Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová, dijo mi alma; por tanto, en él esperaré”.

En tercer lugar, la ira.

Este es probablemente el mejor ejemplo del problema del lenguaje humano. Nosotros nos enojamos. Pero ¿está Dios perfecta, eterna e infinitamente enojado? No. Entonces, ¿por qué las Escrituras se refieren tan a menudo a que Dios está enojado? Para entender esto tienes que separar la pasión de la ira. Cuando las criaturas se enojan, hacen que se derrame algún castigo o venganza sobre el objeto de su ira.

En los hombres, nuestra ira nos lleva a todo tipo de venganzas terribles y perversas. Pero en Dios, la ira describe Su justicia perfecta e imparable. Dios castigará a los malvados; Dios derramará Su juicio y Su castigo sobre el injusto; Dios castigará el pecado. Así pues, no puedes hacer enojar a Dios. Dios no arde eternamente de ira. Más bien utilizamos el término ira para describir la justicia inmutable de Dios. Y mientras que nosotros nos enojamos y no podemos hacer nada al respecto, Dios juzga perfectamente a los objetos de Su ira.

Es muy difícil pensar en la ira sin una pasión. Hay una ira justa, pero nuestra ira es provocada por algo que percibimos como malo, independientemente de si tenemos o no la razón. Dios se enoja en el sentido de que hará que la justicia y la venganza se derramen sobre los impenitentes y los malvados. Su ira es, por consiguiente, una perfección eterna, no una emoción como ocurre con nosotros.

A lo que los teólogos llaman impasibilidad es a que las perfecciones del amor de Dios, Su misericordia y Su justicia están libres de toda pasión y no son emociones. Ya que Dios es Dios, YO SOY EL QUE SOY, y porque Él es el Creador eterno, es inmutable, siempre cumpliendo Sus propósitos, sin ser afectado nunca. Dios derrama amor, misericordia y justicia de la infinitud inmutable de Su perfecto ser. Y si bien las Escrituras describen a Dios en un lenguaje criatural, y aunque nosotros experimentemos las perfecciones del amor de Dios, Su misericordia y Su justicia en una secuencia temporal, no por eso podemos concluir, desde nuestra perspectiva criatural, que Dios es emocional. En lugar de eso, tal como las Escrituras nos han enseñado, lo que llamamos emociones son perfecciones esenciales e inmutables en Dios.

De esta manera, podemos decir con el salmista:

“Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Diga ahora Israel, que para siempre es su misericordia. Diga ahora la casa de Aarón, que para siempre es su misericordia. Digan ahora los que temen a Jehová, que para siempre es su misericordia” (Sal. 118:1-4).

Traducido por Hiram Novelo.
Artículo publicado originalmente en inglés en Credo Magazine (Vol. 8, No. 4, 2018) y traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.

Samuel Renihan sirve como pastor en la Iglesia Bautista Reformada de la Trinidad en La Mirada, California. Ha escrito varios libros (disponibles en español) incluyendo De Dios y Su Decreto (Legado Bautista Confesional, 2021); El Misterio de Cristo, Su pacto y Su reino (Legado Bautista Confesional, 2020); y De la Sombra a la Sustancia: La Teología del Pacto de los Bautistas Particulares (1642-1704) (Teología para vivir, 2020).
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