Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas (Eclesiastés 9:10)

La siguiente es una traducción del comentario de Charles Bridges del texto de Eclesiastés 9:10 tomado de su obra Una exposición del libro de Eclesiastés {Trad. no oficial} (R. Carter & Brothers, 1860).


“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”. Eclesiastés 9:10

El afecto conyugal y social es nuestra complacencia legítima, pero no tanto como para entregarnos ello [ver Ec. 9:9]. Ahora tenemos una regla a fin de estimular el brillo de la energía vital. Hay trabajos por hacer, dificultades que vencer, talentos con los cuales comerciar, donde todas las fuerzas se deben utilizar. Y es verdad, “la sabiduría del hombre en este mundo agonizante consiste en aprovechar alegremente las comodidades presentes y atender diligentemente los deberes presentes”. Cada momento conlleva su propia responsabilidad. Y la regla para desempeñar esa responsabilidad es que Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas. Obviamente aquí se da por sentado algún límite. “Lo que se nos amonesta a hacer debe ser legítimo y correcto en naturaleza”. Lo que te viniere a la mano para hacer podría ser aquello que Dios ha prohibido. Pero esto, en lugar de ser hecho según tus fuerzas, no debe hacerse en absoluto”. Lo que presente la ocasión (Jue. 9:33) en la senda del deber y de la Providencia es lo que se debe hacer. El ejercicio activo de las manos como instrumentos de trabajo producirá un resultado fructífero.

Esta guía se encuentra en el código apostólico: “En lo que requiere diligencia, no perezosos” (Ro. 12:11). Hazlo según tus fuerzas. El consejo de Sir M. Hale tiene mucho peso: “Las migajas y fragmentos de tiempo deben llenarse de ocupaciones adecuadas. [El tiempo] es precioso y, por tanto, nada se ha de perder”. Nuevamente: “Recuerda atender el esmero y la diligencia; no solo como un medio civil para ser más competente para ti y tu familia, sino también como un acto de obediencia a su mandamiento y ordenanza por medio del cual lo conviertes espiritualmente en un acto de religión”.

¡Cuán pronta es esta obediencia cuando el objeto está cercano al corazón! ¡Qué energía le da tal esfuerzo tan necesario para tener éxito! Pues realmente “nada de valor o de peso se puede lograr con la mitad de la mente, con un corazón desfalleciente, con un pobre esfuerzo”. ¿Habría logrado Stephenson su triunfo con las locomotoras ante una poderosa oposición frustrando cada paso de su progreso si no lo hubiera hecho según sus fuerzas? Todo hombre debe tener un objeto de interés para mantenerlo en un ejercicio saludable. El soñado privilegio de no hacer nada pronto se fundirá en una verdadera miseria. Melanchton decía: “Que otros tomen las riquezas; a mí dame el trabajo”.

Pero la esfera principal para esta regla importante e invaluable es la obra para la eternidad, el “ocuparnos de nuestra salvación” (Fil. 2:12). Haber sido comprados con precio nos compromete a la obra bajo la más apremiante obligación (1 Cor. 6:20). Dejamos de ser de nosotros mismos desde el primer momento en que estamos unidos a él. Y aquí, en su obra, se necesita de nuestras fuerzas, todas nuestras fuerzas, fuerzas que brotan de la fuente de la fuerza. No hay la ilusión de hacer grandes cosas en algún futuro lejano. Es la energía presente, el trabajo del momento, el sacrificio inmediato, el servicio de todo corazón, lo primero del día, la primera parte todo el día. ¿Quién ha encontrado a Satanás dormido en su trabajo? “Es legítimo”, nos recuerda el proverbio, “ser instruidos incluso por un enemigo”. Sus fuerzas siempre las pone a trabajar. Que así sea conmigo. Que mis fuerzas sean arrojadas en cada oración. Que cada esfuerzo de la fe, que cada ejercicio de perseverancia se ponga en marcha. Como un piadoso puritano expresa su “buen deseo de que lo que viniere a mi mano para hacer, lo pueda hacer con todas mis fuerzas: que sea de aquellos que se desgastan con trabajo y no de aquellos que se malgastan en óxido y pereza. Señor, permíteme desgastarme en el trabajo en lugar de consumirme por la falta de uso cual prenda cubierta de polillas”.

¿No debería este versículo ser nuestro texto diario, escrito en nuestro interior, a la primera hora de despertarnos? “¿Qué tengo que hacer hoy? ¿Qué deber, qué obra de amor? ¿Qué talento he de usar? ¿Qué servicio mi Señor me llama a hacer por él?”. “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (Hch. 9:6). Cuanto más vigoroso el ejercicio, mayores las fuerzas. Cada paso suple las fuerzas. “El camino de Jehová es fortaleza al perfecto”. ¿Y cómo se imparten? “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Pr. 10:29; Is. 40:29-31).

Pero mira a nuestro Gran Ejemplo. Cuán fina la exhibición de determinación para el trabajo: “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura”. Aquí estaba haciéndolo según sus fuerzas. La motivación también era la misma: “La noche viene, cuando nadie puede trabajar” (Jn. 9:4). Porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría. Aquí concluye la más alta gloria de la tierra. Estás viajando hacia el fin. Cada momento te acerca más. Y cuando llegues a la tumba [Seol] no habrá obra ahí. Ahí no podemos hacer lo que no hicimos. Todo poder se marchita y se va. No hay trabajo ahí. Toda planeación se va. No se puede planear una vía de escape. No hay ciencia [o conocimiento] de algún medio de ayuda ahí. No hay sabiduría, espiritual o intelectual, nada distingue al hombre hecho en la imagen de Dios de “las bestias que perecen”. Una triste imagen del hombre es cuando llega a “la casa determinada a todo viviente” (Job 30:23). ¿Y qué pasará si ha malgastado sus “doce horas” del día (Jn. 11:9), si su luz se ha apagado, si su trabajo se ha encontrado sin hacer, si la noche lo ha alcanzado, mientras se entretenía con la palabra del necio: “Mañana”? Si la religión no es un asunto importante ahora, ¿qué será en la hora de la muerte? Un día puede costar años. Las horas desperdiciadas al final nos alcanzarán. Un poco de negligencia será una pérdida eterna. ¡Oh, la espantosa ganancia de ganar el mundo perdiendo el cielo! No habrá más que un lamento en la eternidad, condenándose a sí mismo y justificando a Dios: “Oh alma mía, te has destruido” (Os. 13:9 KJV). Para nuestra gran obra solo tenemos una corta vida que con todos su preciosos privilegios y solemnes responsabilidades está pasando, ¡y cuán rápido!

Apresúrate, oh hombre, a hacer
Lo que se debe hacer;
No tienes tiempo para perder en pereza,
Tu día pronto se irá
¡Apresúrate, oh hombre, a vivir!

Arriba, entonces, con prontitud y a trabajar;
Ahuyenta la comodidad y el ego:
Este no es tiempo para que duermas;
Arriba, vela, trabaja y ora,
Apresúrate, oh hombre, a vivir.

Apresúrate, oh hombre, a vivir;
Tu tiempo casi se acaba;
No duermas, no sueñes, sino levántate;
El Juez está a la puerta.
Apresúrate, o hombre, a vivir.

Himnos de Fe y Esperanza de Bonar, p. 262.

Traducido por Karim Fattel.
Tomado del libro An Exposition of the Book of Ecclesiastes {Una exposición del libro de Eclesiastés}, New York, NY: R. Carter & Brothers, 1860, pp. 276-280.

Charles Bridges (1794-1869) fue uno de los líderes del grupo evangélico en la Iglesia Anglicana en el siglo XIX. Llegó a predicar junto al renombrado obispo J. C. Ryle. Tuvo un ministerio de predicación fructifero y posteriormente llegó a ser más conocido por sus obras literarias, entre las que se encuentran “El ministerio cristiano”, “Una exposición del libro de Proverbios” y “Una exposición del libro de Eclesiastés”.
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