¿Por que leer a los primeros autores cristianos?

Examinando la vida moderna con la ayuda del pasado


La verdad es que son demasiados los evangélicos modernos que ignoran a los Padres de la Iglesia o que se sienten muy incómodos con ellos. Sin duda, los años en los que han denunciado la tradición y han luchado contra el catolicismo romano y contra la ortodoxia oriental y sus “santos” de la iglesia antigua han contribuido, en cierta medida, a dicho estado de ignorancia e incomodidad. Además, ciertas ramas del fundamentalismo antiintelectual han desalentado el interés por ese “país lejano” de la historia de la iglesia. Y la extrañeza de gran parte de esa época de la iglesia antigua ha demostrado ser una barrera para algunos evangélicos en su lectura de los primeros siglos de la Iglesia. Por último, el ardiente deseo de ser “el pueblo del Libro” —un deseo eminentemente digno— ha llevado también a una falta de interés en otros estudiosos de las Escrituras de ese primer período de la historia de la Iglesia después de la era apostólica. Bien señaló Charles Haddon Spurgeon (1834-92) —un hombre al que ciertamente no se le puede acusar de elevar la tradición al nivel de la Escritura, y mucho menos de colocarla por encima—: “Parece extraño que ciertos hombres que hablan tanto de lo que el Espíritu Santo les revela a ellos, piensen tan poco en lo que ha revelado a otros”.1

Leer a los Padres de la Iglesia para tener libertad y sabiduría

¿Por qué los cristianos evangélicos deberían de ocuparse en el pensamiento y la experiencia de estos antiguos testigos cristianos?2 En primer lugar, el estudio de los Padres, como cualquier otro estudio histórico, nos libera del presente.3 Cada época tiene su perspectiva particular, presuposiciones que permanecen indiscutibles incluso por los oponentes. La examinación de otro período de pensamiento nos obliga a confrontar nuestros prejuicios innatos, los que de otra manera pasarían desapercibidos.

En segundo lugar, los Padres pueden ofrecernos un mapa de la vida cristiana. En verdad es emocionante pararse frente a la costa este de Norteamérica, mirar el oleaje del Atlántico, escuchar el golpeteo de las olas, y, si uno está lo suficientemente cerca, sentir la brisa salada. Pero esta experiencia sería poco provechosa para salir a navegar a Irlanda y las Islas británicas. Para esto se necesita un mapa—un mapa basado en la experiencia acumulada de miles de viajeros. De manera similar, necesitamos este mapa para la vida cristiana. Las experiencias son buenas y agradables, pero no servirán como un fundamento adecuado para nuestras vidas en Cristo. Para estar seguros, tenemos las Sagradas Escrituras, un fundamento absolutamente suficiente para todas nuestras necesidades como cristianos (2 Timoteo 3:16-17). Pero el pensamiento de los Padres puede ayudarnos enormemente para edificar sobre este fundamento.

Considera el emblema que ha sido colocado en el panorama de la historia de la iglesia por el Credo Niceno-Constantinopolitano, comúnmente llamado el Credo Niceno. Este documento, que de ninguna manera es infalible, es, sin embargo, una guía segura a la doctrina bíblica de Dios. Nunca debería desestimarse como si no tuviera valor; hacer esto demostraría una clara falta de sabiduría y discernimiento. Recuerdo vívidamente una conversación que tuve en los años noventa con un administrador de una institución académica en la que estaba enseñando. Durante la conversación, surgió el tema del Credo Niceno y este individuo recalcó, de manera arrogante, que no había forma en la que él quedara atado por un documento hecho por hombres como este Credo. Honestamente, quedé aterrorizado por su criterio desdeñoso y pensé, y todavía lo creo así, que tal declaración era el colmo de la necedad y el camino seguro al desastre teológico.

Leer a los Padres de la Iglesia para entender el Nuevo Testamento

En tercer lugar, los Padres también pueden, en algunos casos, ayudarnos a entender el Nuevo Testamento. Hemos tenido una opinión muy denigrante de la exégesis Patrística, y hemos estado a punto de considerar la exposición que hicieron los Padres como un fracaso consistente en la comprensión del Nuevo Testamento. Por ejemplo, Cirilo de Jerusalén (c.315-387) en su interpretación de 1 Corintios 7:5, que se refiere a la abstinencia temporal de las relaciones sexuales entre parejas casadas con el fin de orar, asume, sin duda, que la oración es litúrgica y colectiva.4 Cirilo puede ser culpable de un anacronismo, pues él fue un líder en “la santificación del tiempo”, es decir, la observancia de las fiestas sagradas. No obstante, hay buena evidencia de que esos tiempos colectivos y especiales de oración, en una forma u otra, eran muy antiguos. La vida litúrgica de la Iglesia de Jerusalén en el cuarto siglo no era la de Corinto en el primer siglo, pero había un vínculo. Posiblemente, los comentadores protestantes son los culpables de anacronismo cuando asumen que Pablo se refería a la oración privada. Ese individualismo religioso es más esperable en el Occidente protestante que en Corinto en el primer siglo.

En discusiones recientes de la doctrina Paulina de la salvación, se ha afirmado, nuevamente, por los proponentes de la denominada “Nueva Perspectiva”, que el entendimiento Reformado clásico de la justificación tiene poco fundamento en Pablo o en el resto del Nuevo Testamento, y que es, más bien, un producto del pensamiento de Martín Lutero (1483-1546) y Juan Calvino. Sin embargo, en la Carta a Diogneto, que data del segundo siglo, a la cual ya nos hemos referido, encontramos el siguiente argumento que suena como si se hubiera sacado de las hojas de Lutero. El autor va argumentando que Dios no reveló su plan de salvación a nadie sino a Su “Hijo amado”, hasta que los seres humanos se dieron cuenta de su profunda y completa incapacidad para alcanzar el cielo por su propia fuerza. Entonces, cuando los hombres estuvieron conscientes de su pecado y del juicio inminente, Dios envió a Su Hijo, quien destacó por un carácter absolutamente impecable, para morir en lugar de la humanidad, por aquellos que estaban poseídos por una depravación radical. Lo que se expresa aquí está en completo acuerdo con el entendimiento Reformado clásico del significado de la muerte de Cristo por nuestra salvación.

Leer a los Padres de la Iglesia debido a su mala fama

También necesitamos leer y conocer a los Padres debido a que, algunas veces, se les somete a una mala historia o mala fama. Por ejemplo, en el libro superventas de Dan Brown, El Código Da Vinci, el héroe Roberto Langdon “descubre” que las expresiones contemporáneas del Cristianismo, especialmente de la iglesia católico romana, no tienen una base histórica sólida.5 Según la novela de Brown, no fue sino hasta el reinado del emperador Romano Constantino en el principio del siglo IV (c.272–337), que se compiló la Biblia, y en particular, el Nuevo Testamento. De hecho, fue Constantino quien elaboró el Nuevo Testamento tal como lo conocemos, a fin de suprimir una perspectiva alterna de Jesús como un mero profeta humano.6 La novela expresa la idea de que fue en el Concilio de Nicea a principios del siglo IV (325), el cual se manipuló con astucia para lograr los fines de un Constantino hambriento de poder, que Jesucristo se “convirtió…en una deidad” y que por primera vez se volvió objeto de adoración. El estado divino de Jesús se ratificó por un “voto relativamente cerrado” en este concilio.7 Ambos eventos tuvieron lugar con el fin de esconder el hecho de que Jesús, en realidad, estaba casado con María Magdalena,8 que tuvo un hijo de ella,9 y que quería que María fuera la fundadora de la iglesia.10 De esta manera, las enseñanzas fundamentales del Cristianismo se convierten en el resultado de un acto de poder por parte de Constantino y otros hombres para aplastar a las mujeres. Tal como Brown hace que uno de sus personas diga: “Todo se trataba del poder.”11

Puesto que Brown hace referencias claras al período Patrístico para apoyar su teoría, es necesario que cualquier respuesta conlleve un conocimiento preciso de lo que realmente ocurrió en Nicea y de lo que la Iglesia del segundo y tercer siglo creía acerca de Jesús.

No sólo Brown está profundamente equivocado respecto a Nicea, donde la decisión de abrazar el Credo Niceno estuvo, de manera aplastante, a favor de éste, también la Iglesia en el siglo II y III tenía una Cristología muy alta en la que Cristo era adorado como Dios. Aquí tenemos un buen ejemplo, el predicador del siglo II, Melitón de Sardes (murió c.190). Sus contemporáneos consideraban que Melitón había tenido una vida destacable por su espiritualidad, aunque el conocimiento de su trayectoria es escaso. De sus más o menos dieciséis escritos cuyos títulos se conocen, sólo uno permanece entero, el sermón La homilía de la Pasión. Del resto de los textos sólo existen fragmentos.12 En su sermón, Melitón, al hablar del fracaso de Israel en reconocer quién era Cristo, dice:

Tú no viste a Dios.
Tú no conociste al Señor, Israel,
Tú no reconociste al primogénito de Dios,
engendrado antes de la estrella de la mañana,
El que adornaba la luz,
El que alumbraba el día,
El que dividía las tinieblas,
El que fijó el primer límite,
El que colgó la tierra,
El que dominó al abismo,
El que extendió el firmamento,
El que constituyó el mundo,
El que dispuso las estrellas en los cielos,
El que encendió las grandes lumbreras,
El que hizo a los ángeles en el cielo,
El que estableció los tronos,
El que formó a la humanidad en la tierra.
El que formó a la humanidad en la tierra.13

Aquí vemos una prueba de la soberanía de Cristo sobre la creación, la cual, por implicación, es una celebración de Su deidad. Un poco más adelante en el sermón Melitón explora la paradoja de la cruz y termina con una confesión franca de la deidad de Cristo:

El que colgó la tierra está colgado.
El que fijó los cielos en su lugar, ha sido fijado en un lugar.
El que puso los cimientos del universo fue puesto en un madero.
El Maestro ha sido profanado.
Dios ha sido asesinado.14

Como Bart Ehrman mismo, alguien que no es amigo del Cristianismo ortodoxo, dice en respuesta a Dan Brown: “Los académicos que estudian la historia del Cristianismo pensarán que es bizarro, en el mejor de los casos, escuchar la afirmación [de Brown] de que los cristianos antes del Concilio de Nicea no consideraban que Jesús fuera divino”.15 De esta forma, cuando la afirmación del credo promulgado en Nicea declaró su creencia en la divinidad de Jesús, solamente estaba afirmando lo que había sido la convicción central de la Iglesia entre el período apostólico y el tiempo del concilio.

Leer a los Padres de la Iglesia como una ayuda para defender la fe

Los primeros siglos de la Iglesia vieron amenazas contra el Cristianismo por una serie de herejías teológicas: El gnosticismo, El arrianismo y el Pelagianismo, por nombrar sólo tres ejemplos. Si bien la historia no se repite con exactitud a sí misma, la esencia de muchas de estas herejías ha reaparecido de vez en cuando en la larga historia del Cristianismo.

Considera, por ejemplo, el reto, y uno de los más grandes hoy en día, planteado por el ataque del Islam contra la Trinidad y la deidad del Señor Jesucristo.16 A grandes rasgos, los evangélicos, tristemente carecen de la habilidad para responder a un ataque como éste, pues rara vez escuchan sermones acerca de la Trinidad y de la Encarnación. En este punto, los Padres pueden ayudarnos en gran manera, pues al responder a los arrianos y después a los musulmanes ellos formularon los detalles bíblicos de estas dos doctrinas clave. Un problema fundamental que el Islam tiene con el Cristianismo es su Trinitarianismo. En algunas áreas que habían sido cristianas, el Islam tuvo un atractivo estético, es decir, su completa simplicidad como una fe monoteísta—Dios es uno, y no hay otro que sea Dios—al contrario que el Cristianismo con su teología compleja acerca de la Trinidad y la Encarnación.17 Pero la afirmación cristiana de la deidad de Cristo—y por extensión la deidad del Espíritu Santo—se encuentra en las Escrituras. Los cristianos son Trinitarios porque el Nuevo Testamento es Trinitario. Ellos, por lo tanto, deben buscar el entendimiento de estas verdades, aunque en última instancia escapen de la plena comprensión de la habilidad humana.

Leer a los Padres de la Iglesia para obtener alimento espiritual

En Hebreos 13:7, el autor de esta porción de la Santa Escritura insta a sus lectores a “acordarse” de sus líderes anteriores, aquellos que les hablaron la Palabra de Dios. Ellos tenían que escudriñar minuciosamente (anatheōrountes) “la suma total” o “logro” (ekbasin) de su conducta día con día, manifestada en toda una vida.18 Esta es una razón clave para estudiar la historia de la Iglesia y, en particular, los Padres de la Iglesia. En los confesores y mártires del período antes de Constantino, por ejemplo, encontramos muchos modelos de lo que significa ser cristiano en una sociedad hostil, una situación que confronta a muchos creyentes, actualmente, alrededor del mundo, y algo que está aumentando en Occidente.19 Y luego, durante aquellos días del siglo IV en los que la doctrina de la deidad de Cristo y de Su Espíritu estaban bajo ataque, otra vez tenemos modelos de lo que significa estar comprometido con la fidelidad doctrinal. A este respecto, es notable que uno de los padres del metodismo, John Wesley (1703-1791) pudiera usar el ejemplo de la tenacidad de Atanasio al defender la deidad de Jesús, en una carta de aliento al joven abolicionista William Wilberforce (1759-1833). Al escribir a Wilberforce acerca de esta lucha en contra del comercio de esclavos, y a una semana antes de su propia muerte, el evangelista cristiano ya maduro le dijo a Wilberforce:

A no ser que el poder Divino te haya levantado para ser como un Atanasio contra mundum, no veo como puedas lograr tu gloriosa iniciativa, al oponerte a esa villanía execrable que es el escándalo de la religión, de Inglaterra y de la naturaleza humana. A no ser que Dios te haya levantado para esto mismo, te desgastará la oposición de los hombres y de los demonios; pero si Dios está por ti, no hay nadie que puede estar contra ti. ¿Serán todos ellos más fuertes que Dios? Oh, no te canses de hacer bien. Ve en el nombre de Dios y en el poder de Su fuerza, hasta que la misma esclavitud americana, la más vil que alguna vez vio el sol, desaparezca por completo frente a éste.20

Wesley comienza esta fascinante carta con una referencia a la defensa que hizo Atanasio de la deidad de Cristo por más de treinta años, a pesar de su exilio y persecución. Atanasio fue capaz de mantener esta pelea solamente porque, según lo implica Wesley, Dios lo capacitó para perseverar. De la misma manera, a no ser que Dios empoderara a Wilberforce en la lucha para abolir la institución de la esclavitud, él caería antes aquellos que apoyaban esta “villanía execrable”.

Conclusión

Estas razones sólo son un punto de comienzo para ofrecer una respuesta completa a la pregunta “¿Por qué estudiar a los Padres?”.21 Ciertamente, hay otras razones para estudiar a estos autores antiguos que pueden ser más obvias o incluso más importantes. Pero las razones que he dado arriba señalan, de manera suficiente, la necesidad de los estudios Patrísticos en el curso de la vida de la Iglesia: para ayudarla en su liberación del espíritu del siglo XXI; para ofrecer una guía en su caminar con Cristo; para ayudarla a entender el testimonio básico de su fe, el Nuevo Testamento; para refutar la mala fama de la Iglesia antigua; y para ser un medio de alimento espiritual.

Notas al pie

  1.  Commenting and Commentaries (London: Passmore & Alabaster, 1876), 1. Cf. los comentarios similares de J.I. Packer: “La tradición… es el fruto de la actividad pedagógica del Espíritu a lo largo de los siglos, mientras el pueblo de Dios ha buscado la comprensión de la Escritura. No es infalible, pero tampoco es desdeñable, y nos empobrecemos si la ignoramos.” [“Upholding the Unity of Scripture Today”, Journal of the Evangelical Theological Society, 25 (1982), 414]. ↩︎
  2. Una versión anterior de las próximas dos secciones de este artículo apareció previamente en “¿Por qué estudiar a los Padres?” Eusebeia: The Bulletin of The Andrew Fuller Center for Baptist Studies, 8 (Fall 2007), 3–7. Utilizado con permiso. ↩︎
  3. C.S. Lewis, “De descriptione temporum” en su Selected Literary Essays, ed. Walter Hooper (Cambridge: Cambridge University Press, 1969), 12. ↩︎
  4. Catechesis 4.25. ↩︎
  5. Gene Edward Veith, “The Da Vinci phenomenon”, World, 21, no.20 (May 20, 2006), 20-21. La edición de The Da Vinci Code [El código Da Vinci] que utilizo es The Da Vinci Code (New York: Anchor Books, 2006). ↩︎
  6. Da Vinci Code, 231–2. ↩︎
  7. Da Vinci Code, 233–5. ↩︎
  8. Da Vinci Code, 244–7. ↩︎
  9. Da Vinci Code, 255–6. ↩︎
  10. Da Vinci Code, 248–9, 254. ↩︎
  11. Da Vinci Code, 233. ↩︎
  12. Acerca de estos escritos, consulte Stuart G. Hall, trans. Melito of Sardis: On Pascha and Fragments (Oxford: Clarendon Press, 1979), 63–79. ↩︎
  13. Homily on the Passion [Homilía de la Pasión] 82 [trans. Alistair Stewart-Sykes, Melito of Sardis: On Pascha (Crestwood, New York: St Vladimir’s Seminary Press, 2001), 60]. ↩︎
  14. Homily on the Passion [Homilía de la Pasión] 96 (trans. Stewart-Sykes, Melito of Sardis: On Pascha, 64). For a brief discussion of Melito’s Christology, see Stewart-Sykes, Melito of Sardis: On Pascha, 28–9. ↩︎
  15. Bart D. Ehrman, Truth And Fiction in The Da Vinci Code. A Historian Reveals What We Really Know about Jesus, Mary Magdalene, and Constantine (Oxford: Oxford University Press, 200 ↩︎
  16. Este punto lo debo a una conversación con un amigo cercano, quien alguna vez fuera mi estudiante, el Sr. Scott Dyer de Burlington, Ontario, Julio, 2010. ↩︎
  17. La simplicidad del Islam en contraposición a la complejidad del Cristianismo, se observa claramente en las diferencias arquitectónicas de las iglesias de esta época y las mezquitas. La gran iglesia de San Apolinar que se construyó en los años 530 cerca de Rávena al norte de Italia, por ejemplo, está generosamente decorada con mosaicos muy elaborados que se diseñaron para impresionar a los observadores y convencerlo de que el Cristianismo es una fe notable por su “esplendor real”. En contraste, la Gran Mezquita de Córdoba, construida después de la conquista de la España visigótica en las primeras dos décadas del siglo VIII, carece de imágenes y es extremadamente simple en su diseño y decoración. Esta simplicidad en el diseño arquitectónico empata con la simplicidad de la teología Islámica y demostró ser un atractivo para algunos. Consulte, Yoram Tsafrir, “Ancient Churches in the Holy Land”, Biblical Review Archaeology Review, 19, no.5 (October 1993), 30; Robert Milburn, Early Christian Art and Architecture (Aldershot: Scholar Press, 1988), 173. ↩︎
  18. Philip Edgcumbe Hughes, A Commentary on the Epistle to the Hebrews (Grand Rapids: William B. Eerdmans Publ. Co., 1977), 569; William L. Lane, Hebrews 9–13 (Word Biblical Commentary, vo.47B; [Dallas: Word,] 1991), 522. ↩︎
  19. Carl Trueman, “The Fathers” (reformation21 post, April 30, 2007; http://www.reformation21.org/blog/2007/04/the-fathers.php; accessed July 23, 2010). ↩︎
  20. Frank Whaling, ed., John and Charles Wesley: Selected Prayers, Hymns, Journal Notes, Sermons, Letters and Treatises (New York: Paulist Press, 1981), 170–1. ↩︎
  21. See further, Paul A. Hartog, “The Complexity and Variety of Contemporary Church—Early Church Engagements” in his ed., Contemporary Church and the Early Church, 1–26. ↩︎

Traducido por Hiram Novelo

Artículo publicado originalmente en inglés en Credo Magazine (vol. 10. No. 2, 2020) y traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.

Se puede imprimir. Prohibida su venta.

Michael Haykin (Th.D., University of Toronto) es el profesor de Historia de la Iglesia y Espiritualidad Bíblica y director del Centro de Estudios Bautistas Andrew Fuller en el Southern Baptist Theological Seminary.
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