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- 21 julio 2025
Simplicidad y Analogía: ¿Cómo hablamos de Dios?
- Simplicidad y Analogía: ¿Cómo hablamos de Dios?
- Por Samuel Renihan
Cuando miras al cielo estrellado y contemplas la inmensidad y la belleza de los cielos y la diversidad y la unidad de la tierra, tus pensamientos se dirige hacia el Dios que creó estas cosas tan maravillosas. Si el universo es tan vasto que no podemos comprenderlo y tan hermoso que no podemos describirlo, ¿qué podemos decir sobre la naturaleza del Dios creador? ¿Cómo es Dios, quien sobrepasa la grandeza y la magnificencia del mundo que habitamos? Cuando empezamos a plantearnos estas preguntas, enseguida nos damos cuenta de que somos seres finitos contemplando al Dios infinito. A pesar de ser criaturas limitadas, el único Dios verdadero e infinito se ha dado a conocer: tanto a través del mundo que hizo como (de manera más clara) a través de la Palabra que nos dejó escrita. De manera que el mundo (la teología natural) y la Palabra (la teología sobrenatural) nos enseñan la gloria y la majestad de nuestro Dios.
Simplicidad
Dios se ha revelado a sus criaturas como el Dios que es simple. A primera vista, decir que Dios es simple parece contradictorio. ¿Cómo puede el Dios grande y glorioso ser simple? ¿Puede el Creador de la complejidad del cosmos ser simple? Sí, porque al hablar de la simplicidad de Dios nos referimos a que no hay composición en Él. Dios no está formado por partes ni por ningún tipo de composición. La simplicidad de Dios es fundamental para tener un verdadero entendimiento de Él.
Encontramos la simplicidad divina principalmente en tres pasajes importantes de las Escrituras. En primer lugar, tenemos la autorrevelación de su nombre más sagrado: «Yo soy el que soy» (Éx 3:14). Dios revela su nombre como el que es. Él es su propia existencia. Dios es ser subsistente en sí mismo. Aquel que es, que es su propio ser, que de hecho es el ser puro y subsistente en sí mismo, que de ninguna manera puede ser un ser compuesto. Por lo tanto, decimos que Él es simple. Dios es ser simple y puro en sí mismo.
El mundo (la teología natural) y la Palabra (la teología sobrenatural) nos enseñan la gloria y la majestad de nuestro Dios.
En segundo lugar, tenemos la afirmación de Jesús: “Dios es espíritu” (Jn 4:24). Ahora bien, los ángeles son espíritus, pero son espíritus creados. Su ser está compuesto de la posibilidad de ser, y de que Dios los hace ser. Dios es espíritu, pero no como los ángeles. Él no es un ser que ha llegado a ser. Dios es ser simple y puro en sí mismo.
En tercer lugar, tenemos la siguiente doxología de Pablo: “ Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas” (Ro 11:36). Si todas las cosas son de él, por él y para él, entonces no puede haber nada antes que Dios. Todas las cosas compuestas tienen un compositor. Todas las cosas que tienen partes tuvieron que ser ensambladas. Por lo tanto, si todas las cosas son de Dios, por Dios y para Dios, Él tiene que ser u ser simple y puro en sí mismo, sin ningún tipo de composición en Él y sin ninguna causa que preceda su ser. Dios no puede reducirse a partes más fundamentales. Es decir, debido a que él no es compuesto, no puede descomponerse. Dios es ser simple y puro en sí mismo.
Si alguno respondiera que el ser de Dios es “necesariamente compuesto” o que Dios es una “complejidad necesaria”, pero sin compositor alguno, no sólo sería una propuesta autocontradictoria al examinarla, sino que implicaría también que podrían existir seres necesariamente compuestos distintos de aquel a quien llamamos Dios. La simplicidad divina preserva la unicidad y singularidad de Dios, porque él, y sólo él, es Ser puro en sí mismo. Aquel que es (ser puro y simple) les da existencia a todas las cosas. A partir de la plenitud infinita de su perfecto ser simple, Dios les ha otorgado esa composición más fundamental: pasar de la posibilidad de ser al ser actual, y ser hechos “según su especie”.
Analogía
La simplicidad divina de Dios nos recuerda, una vez más, la vasta e inviolable distinción entre el Creador y sus criaturas. Debemos confesar que nuestras palabras y nuestros pensamientos acerca de Dios no alcanzan a abarcar la altura ni penetrar la profundidad de su majestad.
- ¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso? (Job 11:7)
- Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; Alto es, no lo puedo comprender (Sal 139:6).
¿Cómo podemos hablar de un Dios tan sublime? Al formar nuestro entendimiento y nuestro discurso acerca de Dios, tanto desde el mundo como desde la Palabra, debemos hacerlo de tal manera que mantengamos en su lugar la infinitud de Dios y la finitud de las criaturas. Debemos pensar y hablar de Dios de un modo que sea acorde con su ser infinito como Dios, y pensar y hablar de las criaturas de un modo que corresponda con su ser finito como criaturas. Al hacer esto, estamos utilizando la analogía o el lenguaje analógico. En este sentido, utilizar la analogía o el lenguaje analógico es atribuirle algo a Dios según Su Ser, y atribuirle lo mismo al hombre (cuando corresponda) según su ser.
Entonces, hablar analógicamente es, por ejemplo, decir “Dios es bueno” y “Juan es bueno”; pero necesitamos entender que, debido a la simplicidad divina Dios es la bondad por la cual Él es bueno, mientras que Juan es bueno solamente en la medida en la que refleja la bondad de Dios. La diferencia entre la bondad en Dios y en Juan no es simplemente de cantidad (más o menos), sino del ser mismo. La bondad de Dios es su propio ser simple: esencial, infinito, eterno, inmutable y perfecto. Pero la bondad de Juan es una cualidad, algo extrínseco a él, en lo cual participa proporcionalmente a su ser, y que puede aumentar o disminuir. Así pues, hablar de bondad en conformidad al ser de Dios, y en conformidad al ser del hombre es utilizar la analogía.
Debemos pensar y hablar de Dios de un modo que sea acorde con su ser infinito como Dios, y pensar y hablar de las criaturas de un modo que corresponda con su ser finito como criaturas.
Para dar otro ejemplo, consideremos la diferencia entre el fuego y entre “estar encendido” o entre el calor y “estar caliente”. Es propio de la naturaleza del fuego ser caliente. Otras cosas pueden recibir calor del fuego, pero cuando se retira la fuente de calor, pierden ese calor. Cuando almuerzo, me siento bajo una pérgola con techo de metal. El techo se calienta con el sol de mediodía, crujiendo a medida que su temperatura sube, pero cuando una nube cubre el sol, el techo comienza a enfriarse e inmediatamente comienza a crujir en un sentido contrario. No es propio de la naturaleza de los techos de metal estar calientes, por lo que se calientan y se enfrían en la medida en que participan del calor del sol. Nosotros le atribuimos calor al fuego, o al sol, de una manera que se ajusta a la naturaleza de cada uno, y lo mismo ocurre con los techos de metal o cualquier cosa que se calienta o se enciende. En el primer caso, es la naturaleza de la cosa ser caliente. En el segundo caso, la cosa sólo participa del calor, o se vuelve caliente, a medida que se expone a aquello que es caliente.
Ahora bien, este ejemplo puede ser ilustrativo, pero se queda corto porque, según los científicos, el sol acabará apagándose y el fuego es susceptible de extinguirse. El sol puede aumentar o disminuir en diversos aspectos, al igual que el fuego, pero Dios es todo lo que es de manera infinita, eterna, perfecta e inmutable; como una llama celestial que es combustible infinito en sí misma. Sin embargo, a pesar de las limitaciones del ejemplo, este ilustra el punto de que, en todos nuestros pensamientos sobre Dios, debemos pensar analógicamente, es decir, conforme al ser de aquello de lo que hablamos. En pocas palabras, aunque hablamos de Dios con lenguaje humano, debemos hacerlo reconociendo y preservando su ser como Dios.
Esto también se aplica a la manera en la que leemos la Biblia. Dios condesciende a hablarnos en lenguaje humano en la palabra escrita, y debemos reconocer esto como una acomodación a nuestras capacidades como criaturas. Debemos leer la Biblia de una manera en la que no perdamos de vista el Ser infinito de Dios. Por ejemplo, los conceptos de “lamentarse” o “arrepentirse” son inconsistentes con la perfección e inmutabilidad divinas. Sin embargo, la Biblia atribuye estas mismas cualidades a Dios en varios pasajes, al mismo que en otros pasajes niega explícitamente que Dios pueda lamentarse o arrepentirse.
- Dios no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta (Nm 23:19).
- Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta (1 S 15:29).
¿Cuál es la solución a estas afirmaciones aparentemente opuestas? Es la analogía, la cual Dios mismo nos enseña cuando Su palabra dice: “Dios no es hombre”. Esto significa que el arrepentimiento debe atribuirse a Dios de una manera que sea consistente con su ser como Dios. Podemos hacer esto al reconocer que el Dios que decretó inmutablemente todas las cosas que suceden, decretó hacer rey a Saúl, permitir su caída y removerlo para reemplazarlo con David. Todo esto fue decretado por el Dios eterno e inmutable, sin remordimiento, sin pesar, y sin cambio de parecer. Ahora bien, desde la perspectiva humana eso parece como una completa reversión del plan de acción, lo cual es precisamente lo que entendemos como arrepentimiento.
No obstante, el arrepentimiento es un término tomado del habla humana para comunicar la reversión providencial de eventos dentro del desarrollo del plan divino. Por lo tanto, cuando se lo atribuimos a Dios, debemos recordar que Dios no es hombre. Si olvidamos esto, reduciremos a Dios al nivel del lenguaje humano que él ha usado para comunicarse con nosotros. El punto que debemos comprender aquí es que el mundo y la Palabra nos enseñan sobre la grandeza de Dios, y que debemos pensar y hablar de él de manera analógica, es decir, de una forma que sea acorde con Su ser.
Aquel que es, el gran YO SOY,
la mente pobre del hombre excede hoy.
Como criaturas, todo lo que decimos o sabemos
de Dios arriba, de abajo lo obtenemos,
Porque todo lo que Él ha creado
Con Su propia semejanza ha sido adornado.
Más allá del pensamiento, fuera de nuestro alcance
Dios, en su bondad, habla nuestro lenguaje.
Mas Él permanece trascendente
Así ha sido, y lo será por siempre.
Este artículo fue tomado de: [Simplicity and Analogy: How We Talk About God – Founders Ministries].
Notas al pie
Traducido por Víctor Velasco.
Este artículo fue publicado en inglés en el Simplicity and Analogy: How We Talk About God – Founders Ministries. y se utiliza con permiso.
This article appeared in the Simplicity and Analogy: How We Talk About God – Founders Ministries and is used with permission.
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