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- 16 agosto 2025
La Impasibilidad Divina y el Misterio de la Encarnación por el Dr. Craig Carter
- La exégesis premoderna en 10 enunciados
- Por Craig A. Carter
La Encarnación es más misteriosa de lo que los teólogos revisionistas creen
Los dos últimos siglos han sido testigos del auge de lo que podemos llamar “teísmo relacional”, el cual puede definirse como un término general para una serie de distintas doctrinas de Dios que van desde el personalismo teísta hasta el teísmo abierto y el panenteísmo dinámico. Pueden situarse en un espectro que va desde lo relativamente conservador hasta lo extremadamente radical, pero todas tienen una característica principal que las diferencia del teísmo clásico de la tradición cristiana ortodoxa y es que todas enseñan que Dios se ve afectado en sí mismo y, por tanto, está sujeto a cambios por la agencia de las criaturas. Esto es una negación de la inmutabilidad divina y a menudo comienza con una negación de la impasibilidad divina.
¿Qué es la impasibilidad?
La impasibilidad divina significa que Dios no tiene emociones como nosotros. Cuando hablamos del amor de Dios o de la misericordia de Dios, técnicamente estamos hablando de afectos que reflejan una perfección en Dios que vemos reflejada imperfectamente en nosotros. Hablamos de un atributo humano que describe parcial e imperfectamente un aspecto de la naturaleza de Dios. Todos los atributos de Dios son realmente uno con la naturaleza de Dios porque Dios es simple y no está compuesto de partes. Usamos diferentes términos para describir múltiples atributos porque Dios, visto desde una perspectiva finita por criaturas que se hallan en el espacio y el tiempo como nosotros, es difícil de describir con una sola palabra. Utilizamos muchas palabras —inmutable, eterno, autoexistente, amor, santo, etc.— para describir en lenguaje finito todo lo que podemos expresar del ser infinito de Dios. No es que lo que digamos sea nulo, ya que nuestro lenguaje, que Dios ha revelado, es capaz de expresar la verdad sobre Dios. Pero tampoco estamos hablando unívocamente como si el amor de Dios fuera exactamente igual que el amor de las criaturas. Estamos en el medio, en el sentido de que hablamos de forma análoga; somos capaces de decir algo verdadero sobre Dios, entendiendo que todo lo que decimos tiene que ser matizado por otras cosas que se pueden decir sobre Dios. Son nuestra perspectiva y nuestras mentes finitas las que, en última instancia, nos hacen depender de la revelación.
La Escritura revela a Dios como el Creador y, por tanto, como la Primera Causa de todo lo que no es Dios. Dios es Acto Puro y Su naturaleza como Acto Puro es lo que hace posible que sea la Primera Causa. Sólo un actualizador no actualizado, que no contuviera ninguna potencialidad, podría ser la Primera Causa. Esto se debe a que si fuera una mezcla de potencialidad y actualidad (como lo son todas las criaturas) entonces él mismo requeriría una causa para que su potencialidad se actualizara. Pero Él no requiere una causa debido a Su Ser único, perfecto y plenamente actualizado. La existencia es parte de Su esencia, a diferencia de la existencia y la esencia que pueden separarse en las criaturas. Como Dios es Acto Puro, es inmutable en Su Ser y, por tanto, inmutable e impasible.
Aquí es donde muchos teólogos revisionistas se apartan de la ortodoxia histórica cristiana. Ellos niegan que Dios sea impasible, lo que significa que Dios no es inmutable, es decir, que Dios cambia. El efecto dominó es masivo y las consecuencias son extremadamente graves en cuanto a la doctrina de Dios.
¿Por qué negar la impasibilidad?
Pero, ¿por qué negar la impasibilidad? El razonamiento suele girar en torno a la idea de que Dios ha de tener emociones como nosotros o, de lo contrario, es básicamente como una piedra, es decir, una cosa inmóvil que ni siquiera está viva. Esta afirmación debería recibirse con incredulidad. ¿Es realmente así? ¿Dios ha de ser como nosotros o no estar vivo? ¿Son realmente las dos únicas opciones? Esto es, por supuesto, un falso dilema y ha sido reconocido como tal desde los primeros siglos de la iglesia. Dios está vivo en un sentido superior al de las criaturas. Que Dios sea plenamente actual significa que está vivo en un sentido superlativo, ¡es decir que en comparación a nosotros, nosotros sólo estamos parcialmente vivos!
Este concepto único de la vida divina es el contexto en el que entendemos la afirmación de Jesús: “Yo soy la Vida” (Juan 14:6). Jesús también dice: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26). Que el Padre tenga vida en sí mismo es lo que entendemos como aseidad divina; Su existencia es parte de Su esencia. Y que el Hijo tenga vida en sí mismo es una clara afirmación de deidad; de hecho, es una afirmación de ser uno en Ser (homoousios) con el Padre. Es el tipo de enseñanza bíblica que el Credo de Nicea expresa con fidelidad a la revelación.
Así, el hecho de que Dios no pueda ser afectado y no esté sujeto a cambios por la agencia de la criatura, no significa que Dios esté muerto; más bien, significa que la vida divina es la fuente de toda la vida creatural. Significa que Dios es plenamente actual —perfecto— y que pensar en que cambia es denigrar Su deidad. Si cambia, puede ser mejor (lo que implica que antes era menos bueno) o peor (lo que implica que empeora con el paso del tiempo). Es difícil decidir qué opción es más indigna de Dios. Ambas han sido históricamente rechazadas por la tradición central de la Iglesia.
¿La impasibilidad es consistente con la Encarnación?
“Pero espera”, alguien objetará, “¿qué pasa con la Encarnación?”. Muchos teólogos modernos razonan de la siguiente manera: La Encarnación nos revela a Dios, y sin duda una de las cosas más significativas que revela es que Dios nos amó lo suficiente como para sufrir y morir por nosotros, lo que obviamente implica un cambio. Por lo tanto, concluyen, la Encarnación nos revela que Dios no es inmutable e impasible después de todo, sino mutable y pasible. Murió, ¿no es así? Entonces, cambió, ¿no es así? ¿Qué podemos hacer con este argumento?
La idea de que el propósito de la Encarnación es revelar lo que siempre ha sido cierto de Dios, simplemente no es lo que enseña la Biblia y no es lo que enseña la cristología de Calcedonia. Si bien es cierto que las acciones de Dios dentro de la historia en la Encarnación revelan mucho acerca de Dios, es falso suponer que todo lo que es cierto acerca de Jesucristo encarnado pueda interpretarse así en el Eterno Dios Trino. ¿Por qué no? Porque todo el propósito de la Encarnación fue hacer posible que Dios hiciera algo que no podría haber hecho aparte de la Encarnación, a saber, morir en nuestro lugar en la cruz cargando con nuestro pecado y culpa, para que pudiéramos tener nuestros pecados expiados y no perecer en el juicio (Fil. 2:5-11). La Encarnación tiene como finalidad el sufrimiento redentor y esto es lo que tuvo que hacer el Dios impasible para poder sufrir.
En la Encarnación el Logos eterno, (el Hijo, la segunda persona de la Trinidad), asumió una naturaleza humana en unión consigo mismo por medio de una concepción milagrosa, que es atestiguada por el nacimiento virginal. La naturaleza humana, insiste Calcedonia, era una naturaleza humana completa que constaba de cuerpo y alma. Pero al asumir esta naturaleza humana en unión con la naturaleza divina, no hubo una mezcla de las dos de tal manera que se hiciera una tercera cosa. Por el contrario, las dos naturalezas están unidas en una sola persona en lo que llamamos la unión hipostática. En la unión hipostática, la única persona —Jesús el Mesías— sigue siendo plenamente divina y se convierte en plenamente humana, de modo que es capaz de actuar a través de ambas naturalezas. Esto significa que el Señor encarnado a veces actúa con poder divino, como hizo en Sus milagros (incluyendo Su resurrección) y también significa que el Señor encarnado a veces actúa como un ser humano, como ocurrió en Su cansancio (y en Su muerte en la cruz). Cualquier acción realizada por el único y encarnado Señor Jesucristo es plenamente Su acción, pero algunas de esas acciones se realizan a través de Su naturaleza humana y otras se realizan a través de Su naturaleza divina. Las dos naturalezas no se confunden durante la Encarnación.
Este es el misterio de la Encarnación – que el único Señor Jesucristo es una persona con dos naturalezas, plenamente humana y plenamente divina. La Definición de Calcedonia dice que Él es “consustancial con el Padre en cuanto a su naturaleza divina, y consustancial con nosotros en cuanto a su naturaleza humana”. La parte más grande del misterio, como dice Pablo en Filipenses 2, es que “se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:8).
Un misterio es una paradoja, no una contradicción
El sentido de asombro y misterio se capta maravillosamente en la segunda estrofa del gran himno de Charles Wesley, “Maravilloso es el gran amor”:
¡Grande misterio! Dios el Inmortal
muriendo en la cruz entregó Su ser;
Ni mente humana ni angelical
jamás lo puede comprender.
Inexplicable es el infinito amor
que demostró mi Salvador.
Wesley capta poéticamente el corazón del misterio en una paradoja: “el Inmortal muriendo”. La tarea de la cristología es explicar cómo debemos articular y predicar esta doctrina de manera que se muestre que no es una contradicción, sino una paradoja. Pero no es tarea de la cristología hurgar en el misterio y racionalizarlo.
La encarnación no nos dice que Dios siempre ha estado cambiando junto con nosotros a lo largo de la historia, como sostiene el teísmo relacional moderno. No nos dice que Dios siempre ha estado sintiendo nuestro dolor como lo hizo Jesús en Su pasión y que las criaturas le causamos dolor. Dios no es una criatura como nosotros que cambia y se ve afectada por los demás. Lo que la Encarnación nos dice es que la Primera Causa del universo, única, simple, eterna, inmutable, autoexistente, perfecta, plenamente actual, —la que crea de la nada por Su Palabra— se ha hecho carne y ha venido entre nosotros en la persona de Jesucristo. Las increíbles palabras de Isaías se han hecho realidad: “Redentor vuestro —El Señor de los ejércitos es Su nombre—, el Santo de Israel” (Is. 43:14). No debemos tratar de reducir el misterio diciendo que lo que vemos en la Encarnación es simplemente que Dios cambia como ha estado cambiando siempre, aún antes de haber asumido una naturaleza humana en unión consigo mismo. La Encarnación representa algo mucho más grande que una revelación de ese tipo; representa algo nuevo en la historia del cosmos; “el Verbo se hizo carne” (Juan 1:14, LBLA).
“Ello es, Horacio, que en el cielo y en la tierra hay más de lo que puede soñar tu filosofía”.
— William Shakespeare, Hamlet, Acto 1, Escena 5
La cristología ortodoxa es un misterio mucho más grande de lo que los teólogos modernos han soñado o imaginado. Es bella, asombrosa y aleccionadora. ¡Y su maravilla es más profunda cuando recordamos que el que “se hizo pecado por nosotros” es el Dios impasible!
Calcedonia explica lo que creemos; ni siquiera intenta explicar cómo sucedió. La doctrina cristiana de la Encarnación no es algo que los seres humanos hayan inventado; nuestras teorías al respecto responden al hecho de que ocurrió. La encarnación no se anticipaba en mayor medida, precisamente porque parece muy difícil de creer. Sin embargo, ahora que ha sucedido y la hemos oído en la proclamación del Evangelio, nuestra respuesta es creerla con fe. La teología debe dedicar su tiempo a la contemplación de este misterio sagrado; nuestra tarea no consiste en idear formas de hacerlo racionalmente comprensible, diciendo que sólo nos muestra cómo ha sido siempre Dios. La teología relacional moderna es muy lógica y comprensible. Pero esa comprensibilidad tiene el alto costo de racionalizar el misterio del Creador trascendente. Adoramos a un Dios que está más allá de nuestra comprensión y cualquier Dios que pudiera ser comprendido no sería digno de adoración.
Artículo publicado originalmente en inglés. Este material es propiedad intelectual de Craig Carter y fue traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.
Traducido por Hiram Novelo
Craig A. Carter es Profesor Investigador en Tyndale University y teólogo residente en Westney Heights Baptist Church en Canadá. Se suscribe a la Confesión Bautista de Fe de 1689.
Artículo publicado originalmente en inglés en https://craigacarter.substack.com/p/divine-impassibility-and-the-mystery y traducido por el ministerio de Sacra Teología con permiso.
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